Antonio se mantenía de pie, como una estatua, frente a la puerta del quirófano. Los minutos se arrastraban como siglos. A su lado, Thiago no dejaba de mirar el reloj, mientras Charly intentaba mantener la calma por Alessa, que seguía en silencio, aferrada al collar con los ojos perdidos.
Cuando finalmente se abrió la puerta, todos se incorporaron al instante. El doctor apareció con el rostro cansado; el gorro quirúrgico le caía un poco sobre la frente. Se quitó la mascarilla con lentitud, como si cada segundo arrastrara consigo el peso de una decisión irreversible.
—Está fuera de peligro —anunció al fin.
El aire volvió a los pulmones de todos de golpe. Antonio se aferró al respaldo de una silla, como si su cuerpo por fin aceptara el cansancio. Thiago soltó un suspiro que llevaba horas conteniendo.
—La bala estuvo a milímetros del corazón. Fue una cirugía complicada, pero respondió bien —continuó el médico—. Ahora necesita reposo absoluto. Nada de estrés ni visitas prolongadas. Lo mant