XII

—Esto no está funcionando —me dijo Priscilla, y tenía razón. Sus ingentes esfuerzos por producirme el orgasmo con su boca resultaban vanos. Mi mente se encontraba distraída y me había excedido en el nivel del alcohol, como usualmente me sucede al estar ad portas de una depresión.

  —No importa —le dije, y Priscilla se recostó a mi lado y encendió un cigarro. Ya habíamos tenido sexo antes, no sólo esa noche, sino muchas veces, así que no me preocupaba resguardar mi ego masculino.

 Priscilla y yo teníamos años de ser amigos. La había conocido en uno de mis frecuentes recorridos por los night clubes de San José en donde ella trabajaba como bailarina stripper. Por cierto que haciendo un excelente trabajo en todos los ámbitos de su carrera, como tuve el gusto de comprobar cuando pagué el primer privado. Luego de un

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