III

Diario de Meredith Lestard.

Hoy tuve una entrevista con uno de los detectives del OIJ que está llevando el caso de Aurora. Era un tipo de nos treinta años, delgado, no era guapo pero tampoco era feo. Tenía algún encanto extraño en su forma de hablar. Cuando intenté seducir al detective y me rechazó me di cuenta de que era mi enemigo.

Después de la entrevista no me quedó duda alguna de que soy la sospechosa principal del homicidio de Aurora. Tengo que salvarme el cuello a como dé lugar y la única manera que tengo de hacerlo es resolviendo el caso yo misma.

Desde que descubrí mi condición me obsesioné con los asesinos seriales, los sociópatas y las personas como yo. Estudié con detalle todo cuanto pude de las vidas de los peores asesinos en serie, criminales sádicos y de los dictadores más crueles y desalmados. Una cosa llevó a la otra y terminé leyendo libros de criminología. Debo saber del tema más que muchos agentes del OIJ. Además tenía dos amigas a mi servicio; Ana y Jessica.

No he mencionado a Jessica Vargas. Mi otra “amiga”. Jessica no estudia en Santa Eduviges pero su madre trabaja allí como conserje. Así logré conocerla. Jessica es más parecida a mí que Ana, pero ella no tiene trastorno antisocial, eso lo sé porque he visto sus emociones constantemente. Llora a menudo y se siente triste. Jessica también está buscando aprobación y eso la convierte en una presa fácil de mi red de manipulación.

Proveniente de una familia pobre y viviendo en un barrio urbano—marginal, Jessica afronta a una madre alcohólica que cambia de amantes como de calzones y que la golpeaba salvajemente cuando niña y creo que aún de vez en cuando lo hace. Su padre está en La Reforma desde que ella es niña, encarcelado por drogas. Jessica es promiscua, viciosa, drogadicta y no muy inteligente. Es adicta a la marihuana, se acuesta con quien sea casi por cualquier cosa (no es prostituta, no aún al menos, sólo es zorra) y ha tenido varios novios todos los cuales le han golpeado. Lo que es lógico ya que la mayoría de sus novios han sido asaltantes o narcos juveniles.

Su amistad conmigo es casi tan dependiente como la de Ana, salvo porque Jessica es más autónoma y no necesita tanto de amigos, pues tiene suficientes. Su necesidad es más bien de tipo económica y de valor. Ella sabe que soy una niña rica y que tengo mucho dinero, y que yo sea amiga de ella es ya en sí un premio. Con frecuencia le regalo cosas, especialmente lo que me sobra en ropa, artículos tecnológicos, etc., y eso la hace feliz.

Pero no me malentiendan, Jessica no aprovecha nuestra amistad por dinero, no. Jessica también busca alguien que supla las carencias emocionales graves que tiene al no haber tenido nunca una familia amoLuisa. Ana y Jessica son mis dos mascotitas bien entrenadas. A ambas las suplo de lo que necesitan a cambio de su servicio leal.

—Necesitamos averiguar quien putas mató a Aurora Velázquez —les dije a ambas en mi habitación. Yo me encontraba sentada en la silla giratoria de la computadora, Jessica fumaba sentada en un sillón y Ana estaba sobre la cama con las manos juntas sobre su regazo. —Esos hijueputas del OIJ me quieren inculpar a mí. Como si yo no hubiera sufrido ya bastante. Aurora era mi amiga —mentí— y la extraño. ¡Quiero que su asesino pague!

Ambas asintieron, como tratando de mostrar solidaridad.

—¿Qué sabemos de Aurora? —pregunté.

—Que era lesbiana —dijo Ana tímidamente. La interrogué con la mirada— todo mundo hablaba de eso. Andaba con esta muchacha… la pelirroja… María Fernanda Alvarado.

—¡Cierto! —recordé— ¡es verdad! Alvarado es hija de un político importante. El actual embajador en Chile. Creo que todo había sido un escándalo.

—Y dudo que a la Madre Clara le haya cuadrado que hubieran dos tortilleras en su cole —adujo Jessica— según mi ma es una hijueputa vieja pandereta.

—Una pandereta —mencioné como para mí misma— he escuchado ese rumor también. Quien haya matado a Aurora no lo hizo por deseo sexual porque Aurora no fue violada…

—¿Cómo estás tan segura? —me preguntó Ana.

—Porque si la hubieran violado yo no sería sospechosa. Si el asesino no tenía interés sexual entonces su motivación debió ser otra.

—¿Y si fue el fantasma de Santa Eduviges? —preguntó Jessica.

—Los fantasmas no existen —declaré pensativa— Ana, necesito que averigües todo lo que podás sobre la relación entre Aurora y María Fernanda, incluso si iban a terminar o habían terminado.

—Ha… haré lo que pueda.

—¿Y yo? —preguntó Jessica.

—Averiguate todo lo que tu mamá sepa sobre la Madre Clara y sus obsesiones religiosas. Mientras, yo estudiaré en persona a algunos sospechosos que tengo en mente.

Pero eso no era todo lo que tenía que investigar en realidad, era también muy necesario que averiguara todo lo posible sobre mi enemigo, David Cortés. Tenía que entenderlo, perfilarlo, conocerlo bien para saber como manipularlo o desacreditarlo en caso que en efecto me acusara del homicidio.

—Ana —le dije— necesito que me lleves con tu tío, Mario Martinelli.

—¿Mi tío Mario? ¿Por qué?

—Él fue ministro de seguridad ¿no? —ella asintió— pues su experiencia nos sería valiosísima. Quiero que me de algunos consejos.

—Claro, entiendo.

Pobre incauta de Ana. Algunos rumores habían circulado sobre Mario Martinelli y su gusto excepcional por las jovencitas. Ana cumplió y nos presentó, le pedí que nos dejara solos.

—Don Mario —le dije— esto le sonará raro pero en realidad vine ante usted por otra razón diferente a la que le dijo Ana.

—¿Y cual es esa razón?

—Bueno, como le digo quizás le suene raro. Necesito saber todo lo que pueda sobre un agente del OIJ llamado David Cortés. Sé que es una petición inusual pero… bueno lo conocí porque me entrevistó para preguntarme cosas sobre un asesinato en mi colegio…

—Sí, escuché del caso.

—Y… bueno… creo que me coqueteó. Sé que puede ser inapropiado por la edad y todo eso, pero él me gusta y quisiera saber todo lo que pueda de él.

—¡Ese Cortés! Nunca cambia. Sí, tiene fama de mujeriego. Pero nunca pensé que se metiera con muchachas tan jóvenes. Lo siento mucho Meredith pero no puedo darte información sobre él. Es confidencial.

—Le diré que podemos hacer, don Mario. Usted me da la información de Cortés y yo me acuesto con usted.

Dicho esto hubo un silencio sepulcral en la habitación. Martinelli estaba pasmado. Era una propuesta sorpresiva, claro está. Pareció pensarlo largo rato, tragó saliva y aceptó.

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