Jordan, con los brazos cruzados y un brillo de desafío en los ojos, rompió el silencio con un comentario que hizo tambalear la paciencia de Reinhardt.
—Entonces tendré que salir a la calle a buscar otro tipo de trabajo, ya que aquí no me dejas hacer nada.
—No, Jordan. No puedes dejar el cabaret.
La incredulidad se dibujó de inmediato en el rostro de Jordan. Sus labios se torcieron en una sonrisa amarga mientras lo miraba como si no terminara de creer lo que estaba oyendo.
—¿Ahora también me vas a prohibir salir? —preguntó.
—Por ahora será mejor que te mantengas aquí, dentro del cabaret. Ahora eres mi pareja, eres mi mujer, y no sé hasta qué punto esa información se ha extendido ya. Si sales sin protección, corres el riesgo de que te secuestren para chantajearme, o que directamente te maten solo para hacerme daño. Tú eres mi debilidad ahora, Jordan. Eres mi talón de Aquiles, y tengo que protegerte más que nunca.
Jordan bajó la mirada por un momento, procesando esas palabras que, aunque