—Zaid... —pronunció Jordan—. Nada de esto habría pasado si me hubieras dejado en paz, si simplemente te hubieras olvidado de mí. Seguirías teniendo tu mano si solo me hubieras dejado continuar con mi camino —murmuró con esfuerzo, como si cada palabra le costara un pedazo de vida.
Zaid la observó con los ojos entornados, sin rastro alguno de la sonrisa torcida que lo había caracterizado durante años. Esa sonrisa enferma que parecía siempre anclada a su rostro, como si el sufrimiento ajeno le provocara placer, ya no estaba. Había desaparecido. Ahora, lo que quedaba en su semblante era pura ira.
Se inclinó un poco hacia ella, como si necesitara que escuchara con claridad lo que vendría después, como si cada palabra que iba a pronunciar fuese una sentencia.
—No —añadió con los ojos brillando de resentimiento—. No es así. Nada de esto habría ocurrido si tan solo hubieras aceptado tu destino.
En esas últimas palabras, venenosas y perversas, estaba encapsulada toda la deformidad de la mente