Reinhardt la observó con sorpresa y, al mismo tiempo, con satisfacción. En ese instante, la lucha interna que había estado sofocando estalló. La idea de tenerla completamente, de hacerla suya, de someterla a su voluntad, le resultaba tan tentadora como peligrosa.Pero era un riesgo que había decidido tomar. Y, tal vez, al igual que ella, necesitaba ese pacto de placer, de poder y rendición. En ese instante, Jordan no era solo su prisionera. Era su oportunidad, su condena y su liberación.Reinhardt la miró, y por un instante, el mundo se detuvo. La frialdad que siempre dominaba sus pupilas comenzó a disiparse, como si una capa de hielo se estuviera derritiendo. Ya no intentaba esconderlo. La deseaba. La necesitaba. La miraba como si fuera el último sorbo de aire en un mundo que se desmoronaba, como si la única forma de salvarse fuera poseerla, absorberla, hacerla suya.En un movimiento casi desesperado, lo siguiente que hizo fue colocar su otra mano en la otra mejilla de ella. La atraj
Reinhardt respiró hondo, domando ese impulso que a veces lo volvía impaciente. Alzó la vista hacia Jordan y sus ojos buscaron algún signo de rechazo, pero solo encontró en ella nervios y entrega, y eso bastó para que se volviera más suave, más cuidadoso.Volvió a inclinarse sobre su intimidad, reanudando los besos con una devoción lenta. Sus labios encontraron el calor húmedo entre sus muslos, y esta vez no hubo prisa. La besó como si cada roce fuera parte de una ceremonia. Le acarició la piel con la lengua, trazando círculos, presiones sutiles, hasta que la sintió temblar nuevamente, esta vez por placer.La ayudó a levantar las piernas, con una mano firme bajo cada muslo, y las separó con más seguridad, dándose más espacio, más libertad para entregarse a su tarea. Siguió lamiendo con esmero, con intensidad, como si esa fuera su única razón de estar ahí. Y lo fue, durante ese momento.Cuando notó que la humedad era generosa, que el cuerpo de Jordan reaccionaba con más confianza, llevó
El vestido que Jordan aún llevaba puesto le pareció a Reinhardt una barrera molesta. Lo tomó con firmeza y lo rompió sin dudar, dejando caer los restos de tela al suelo. Entonces la tuvo frente a él, completamente expuesta, y por un instante no hizo nada. Solo la miró, la admiró, como si esa imagen fuera a quedarse grabada en él para siempre.Se inclinó sobre ella de nuevo, decidido a seguir descubriéndola. Con la lengua volvió a recorrer su piel, descendiendo lentamente, con devoción, besando el valle de su vientre, acariciando con los labios cada rincón que merecía ser venerado.Reinhardt se deshizo del cinturón con un movimiento decidido, como si no pudiera esperar más. Se bajó el pantalón, luego la ropa interior, y su virilidad quedó al descubierto, dura, deseosa, marcada por la ansiedad acumulada que llevaba tanto tiempo reprimiendo. Jordan lo miró, y por un momento el aire pareció estancarse en sus pulmones. La masculinidad tan cruda de Reinhardt se alzaba frente a ella y no pud
Jordan sintió un ardor extendiéndose por sus caderas, como si cada embestida de Reinhardt encendiera su piel. Al principio, el dolor era punzante, pero poco a poco, ese filo áspero comenzó a mezclarse con el placer, a confundirse en un solo latido caliente que vibraba en su interior. Era un dolor que se volvía dulce, adictivo. Su cuerpo empezaba a adaptarse, a rendirse, a abrirse a él como si siempre hubiese estado destinado a hacerlo.Reinhardt no dejaba de moverse. Iba más rápido, más profundo, más decidido, como si cada embestida reclamara lo que por tanto tiempo había reprimido. Sus manos eran una extensión del deseo: no dejaban de recorrerla, de apretar y de acariciarla. La miraba con los ojos entrecerrados por el placer, contemplándola por completo —el cuerpo, el rostro, la manera en que lo recibía, los gemidos que escapaban sin filtro de su garganta—, y cada detalle lo encendía más.El sonido de sus cuerpos encontrándose llenaba el espacio húmedo e íntimo. Reinhardt soltó un gr
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.
Reinhardt se mantuvo impasible. Sus ojos, oscuros y vacíos, no mostraban ni un rastro de emoción. La mano que sostenía el arma estaba firme, sin el más mínimo temblor, como si apuntar a la cabeza de Jordan fuera una acción cotidiana.—¿Crees que me importa? —dijo él, con una voz baja y helada, carente de cualquier rastro de humanidad. No había titubeo en su tono, ni rastro de compasión.En ese momento, Charlie intervino rápidamente. —Reinhardt, esto no es necesario. Este… muchacho vino ayer a pedir empleo y le dije que no. Ha vuelto para insistir, pero no hay nada para él aquí. Solo déjalo ir —farfulló. Sabía que Jordan no era hombre, pero seguía pensando en que solo era una jovencita que quizás tenía sus propios problemas y que esa era su forma de enfrentarse al mundo. Reinhardt no bajó el arma, pero Jordan creyó ingenuamente que Charlie podría ser capaz de controlarlo. —S-Sí, así es —se puso de pie lentamente—. P-Pero ya que me han rechazado por segunda vez, me voy p-para no