Jordan hizo una pausa, breve, pero significativa. Su respiración era más rápida de lo normal, aunque se mantenía recta, tratando de verse segura.—Nada de lo que hice fue con la intención de traicionarte —expuso ella—. Siempre te he sido leal. Desde el primer momento en que crucé esas puertas, tuviste mi lealtad. Al principio… por miedo. Pero luego fue distinto. Luego fue elección. Porque mis sentimientos hacia ti cambiaron. Me obligué a serte leal. Pero después… ya no fue por obligación. Fue porque quise. Y aunque suene absurdo ahora, sin importar cuáles fueran las circunstancias, jamás habría sido capaz de traicionarte.Reinhardt frunció el ceño con dureza. Sus brazos seguían tensos sobre la pared, encuadrándola, encerrándola. —Lo hiciste muchas veces, cuando trataste de escapar. Eso también es traición.Jordan parpadeó con lentitud, como si esas palabras no la hirieran, pero se le clavaran igual. Tragó saliva y respondió sin elevar la voz.—Lo entiendo. Tal vez tú y yo tenemos una
Reinhardt se congeló. Por primera vez en todo ese intercambio, pareció notar que había cruzado un umbral. Que había ido demasiado lejos.Se irguió lentamente, alejando su cuerpo del de ella y dejó de acorralarla contra la pared. Jordan seguía pegada al cemento, con los ojos cristalizados, aterrados, y la respiración temblorosa.Reinhardt se pasó una mano por la nuca, como si intentara deshacerse del veneno que le había salido por la boca.—Pensaré en cuál será tu castigo —dijo con un tono seco, áspero, pero no tan monstruoso como el de antes—. Sin embargo, mientras tanto, seguirás trabajando como el pianista de este lugar. No hay descanso para ti. Seguirás cumpliendo tus labores. Limpiarás y organizarás las cajas de licor. Además, las reglas no han cambiado. No puedes poner un pie fuera del cabaret sin mi autorización. Harás todo eso sin resistirte, en lo que pienso en qué hacer contigo.Reinhardt se dio vuelta y salió de la habitación, dejándola allí, pegada a la pared. *****Jordan
Charlie suspiró, con la resignación y el asombro reflejándose en su mirada.—La verdad… no puedo creer que sigas viva.—A mí también me sorprende. Pensé que Reinhardt no tendría reparos en matarme. Pero creo que solo está pensando en algún castigo severo… y por eso no lo ha hecho aún.—Mira, no le des tantas vueltas al asunto. Reinhardt te dejó vivir, eso es lo que cuenta ahora. Eso es lo único que importa. No pienses en lo que pasará mañana. No trates de adivinar qué está pensando, ni qué va a hacer contigo. Solo vive el presente. Ahora estás viva. Punto. Y si en algún momento pasa algo, sabrás qué hacer.Jordan asintió, dándole la razón a Charlie. No tenía caso tratar de suponer qué era lo que estaba pasando por su cabeza, o qué era lo que Reinhardt estaba planeando hacer con ella. Seguía respirando, y mientras continuara haciéndolo, había esperanza de que su vida se alargara un poco más.—Y por favor… no vuelvas a mencionar esto —estableció Charlie—. Lo de que yo sabía tu verdad. E
El hombre se retiró sin protestar, tragándose su incomodidad y fingiendo orgullo mientras se alejaba entre la música y el humo del salón. Jordan lo observó por un instante, pero su atención pronto volvió a Reinhardt.No podía evitarlo. Allí estaba él, de pie como una estatua viviente, un monumento a la virilidad misma. Reinhardt tenía esa clase de presencia que hacía temblar el ambiente a su alrededor, una belleza ruda, feroz, casi mítica. Era imposible ignorarlo. Parecía esculpido por manos divinas que entendían la perfección en clave de peligro. Y esa presencia imponente, esa fuerza callada y dominante, era justamente la debilidad de Jordan.Los ojos de Reinhardt se posaron en ella y Jordan sintió que algo se le atoraba en la garganta, por lo cual tuvo que tragar saliva con disimulo. La intensidad de esa mirada siempre la descolocaba, la empujaba a un terreno donde todo lo que conocía se volvía inestable.—Tú tampoco deberías permitir que nadie te ponga una mano encima —declaró Rein
Jordan empezó a observar al hombre con más atención, y pronto notó que su comportamiento era extraño, casi nervioso. La manera en que evitaba el contacto visual, como si tratara de esconder algo, y cómo sus movimientos se volvían más rápidos y erráticos cuando pensaba que nadie lo veía, todo su comportamiento en sí era extraño y eso empezó a inquietarla.En un momento, cuando el hombre se dio cuenta de que el papel no estaba en su bolsillo, su rostro se transformó. Se quedó quieto por un instante, palpitando la situación, y luego comenzó a buscar frenéticamente, como si el papel tuviera un valor que no podía permitir perder. Y, efectivamente, lo tenía.Jordan no intervino, no le dijo nada. Lo observó en silencio, mientras él seguía revisando su chaqueta, sus bolsillos, el suelo, con la esperanza de encontrarlo en algún lado antes que cualquiera de los empleados del cabaret.El hombre se puso cada vez más nervioso y empezó a sudar, pero como nadie vino a reclamarle, a preguntarle por l
Reinhardt llamó a Charlie a su oficina y éste acudió al sitio con la prisa de quien sabe que, en ese lugar, cada orden tiene un peso propio. Apenas entró, notó la expresión severa del Jefe, ese gesto hermético que solo aparecía cuando los asuntos eran más delicados de lo habitual.Reinhardt no desperdició palabras. Se limitó a ordenar:—Quiero toda la información que tengas sobre Samuel Vargas.Samuel Vargas era el hombre que había dejado caer el papel de su bolsillo con todas aquellas indicaciones. Reinhardt lo conocía, claro que lo conocía. Era imposible no hacerlo. Samuel llevaba casi un año formando parte de la maquinaria que sostenía al cabaret, un rostro habitual entre los pasillos, un trabajador silencioso que, aunque no era considerado un hombre de absoluta confianza, tenía la libertad de entrar y salir del establecimiento, igual que otros tantos empleados que colaboraban en las actividades de distribución.Charlie, aún de pie frente a él, asintió de inmediato.—Está bien. Sol
Cierto día, Reinhardt se encontraba solo en su oficina, sumido en el espeso aroma del cigarrillo que impregnaba el aire como una cortina densa e inundada de pensamientos. Fumaba en silencio, perdido en un océano de ideas turbulentas que golpeaban su mente con la misma insistencia con la que el humo se adhería a las paredes. Entre todo aquello, había un nombre que no lograba disipar, una sombra persistente que no le concedía paz: Dante. No lo había olvidado ni un solo instante. Los asuntos pendientes con él eran una herida abierta que palpitaba con cada latido de su rabia. Reinhardt no era de los que dejaban cuentas sin saldar, y Dante había firmado su deuda con fuego y sangre.El recuerdo era vívido: las cajas de licor cuidadosamente cargadas en el coche, la ruta trazada para la entrega, y luego el estallido brutal que lo arrasó todo. La explosión de la bomba no solo había destruido el vehículo y la mercancía, también había volado una fortuna en un instante, dejando tras de sí el sabo
Lo más desconcertante de todo era que Reinhardt no parecía, en absoluto, molesto. Era bien sabido que él no era un hombre dado a exteriorizar sus emociones, ni a través de su rostro ni mediante palabras precipitadas. Su semblante, siempre imperturbable, solía mantenerse ajeno a cualquier turbulencia interna, como si las pasiones humanas no lo alcanzaran del todo.Sin embargo, en ese instante, había algo en su mirada que hablaba en su lugar. Aunque su postura era serena, aunque sus gestos no traicionaban ni un atisbo de furia, Reinhardt parecía distinto, como si de pronto un enorme peso hubiese sido retirado de sus hombros. Se veía relajado, casi liberado, como un hombre que, tras soportar una carga insoportable, finalmente encuentra un respiro.—Escucha bien, Samuel Vargas —dijo, con su tono ni severo ni furioso, sino extrañamente tranquilo—. A pesar de que filtraste información vital sobre mí, datos esenciales que buscaban atraparme en momentos de vulnerabilidad... A pesar de que apr