Jordan salió por la parte trasera de la casa, sintiendo la brisa cálida del campo acariciar su rostro mientras caminaba con paso decidido. Sus botas crujieron sobre la hierba seca mientras sus ojos recorrían el terreno en busca de algún indicio de vida. Pero lo único que encontró fue un inquietante silencio y el vasto espacio vacío donde antes solían estar los animales.
Se detuvo en seco, frunciendo el ceño con desconcierto. No había caballos, ni vacas, ni siquiera los perros que solían rondar la granja. Un vacío inquietante pesaba en el aire, y su pecho se tensó al darse cuenta de lo que eso significaba. Reinhardt, que lo había seguido en silencio, se paró justo detrás de él y observó con la misma expresión de desconcierto.
—Claro… debí suponer que ya no estarían aquí —murmuró Jordan, sin apartar la vista del campo desolado.
Reinhardt inclinó ligeramente la cabeza, mientras que su mirada analizaba el panorama con cautela.
—¿De qué hablas? —preguntó.
—De los animales —alegó.
—¿Y qué c