XLVIII Cita doble I

—¿Cuánto durará la cita?

—¡Dios, K! Eso no se pregunta en las citas, cualquiera diría que te estoy obligando. Si no quieres ir, no hay problema, no quiero que te estés quejando toda la noche.

—¡¿Toda la noche?!

Lucy frenó el auto en el acto. Ni siquiera se habían alejado cincuenta metros de la casa de K.

—Adelante, baja. No quiero que hagas algo que no quieres.

—No es eso, Lucy. Es sólo que surgió algo y necesitaré desocuparme temprano.

—¿Algo de tu trabajo de agente secreto?

K rio y se abrochó el cinturón de seguridad. Ya no había vuelta atrás.

—No eres un mafioso, ¿o sí? —cuestionó Lucy.

—¿Eso te asustaría?

—¿Bromeas? Eso haría que me mojara como si estuviéramos en una inundación.

K volvió a reír, con algo de vergüenza. Más le valía ir acostumbrándose a que su novia era una deslenguada.

—Entonces, ¿qué eres? Confiesa, ya estamos en confianza.

—Soy un agente secreto, Lucy. Trabajo para una agencia internacional de inteligencia y no tengo miopía, las gafas son parte de mi d
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