El avión tocó tierra poco después del mediodía. A pesar de haber dormido durante buena parte del vuelo, me sentía agotada. No era un cansancio físico, sino emocional. De esos que se instalan en los huesos y te persiguen incluso cuando tratas de disimularlo con una sonrisa ante tu equipo.
Adrian se despidió con un abrazo suave en la puerta del aeropuerto, su mirada decía más de lo que cualquiera de los dos se atrevía a poner en palabras. Emma y Sarah se quedaron a mi lado mientras el resto del equipo recogía las maletas, hablando sobre lo bien que había salido todo, sobre las conexiones, los contactos, los elogios. Y aunque sonreía y asentía, por dentro me sentía como si estuviera suspendida entre dos mundos: el que acabo de presentar al mundo, brillante y prometedor… y el otro, más oscuro, el que apenas yo podía descifrar.
El viaje de regreso a la oficina fue tranquilo. El taxista, un hombre silencioso y atento, pareció percibir mi necesidad de no hablar. Me limité a mirar por la vent