El sonido de la puerta del coche cerrándose fue un chasquido seco, definitivo, que me devolvió a la realidad. O a lo que quedaba de ella. Estaba temblando, un temblor incontrolable que nacía en la boca del estómago y se extendía hasta la punta de mis dedos. Xander me rodeaba con sus brazos, su cuerpo era una muralla contra la noche, contra el eco de las palabras que acabábamos de escuchar.
“Al igual que el niño que espera.”
La traición de Adrian ya no era una herida. Era una amputación. Me había arrancado una parte de mi historia, de mi confianza, de la persona que creía ser. El hombre que había sido mi hermano, mi confidente, mi único refugio seguro, había tomado mi secreto más frágil y se lo había servido en bandeja a mi peor enemiga.
Xander arrancó el coche, y la ciudad comenzó a deslizarse a nuestro lado como un borrón de luces rotas. Apoyé la frente en el cristal frío de la ventanilla, sintiendo cada vibración del motor en mis huesos. El llanto se había secado, dejando en su luga