La calma que precede a una batalla es un tipo de silencio diferente. No es paz. Es el aire conteniendo la respiración, el instante suspendido antes del estruendo. Y esa era exactamente la atmósfera que se respiraba en la pequeña sala privada contigua al salón de conferencias del hotel. Eran las 7:55 de la mañana. En cinco minutos, caminaría hacia un enjambre de periodistas, analistas y cámaras, todos ellos afilando sus cuchillos, listos para desangrar la historia que Xander les había servido en bandeja de plata.
Estaba de pie frente a un espejo de cuerpo entero, pero no me veía a mí misma. Veía a la generala. El traje pantalón negro era mi uniforme. Mi rostro, una máscara de serenidad forjada con capas de corrector y una voluntad de hierro. No había dormido. Mi cuerpo era un nudo de agotamiento y náuseas intermitentes, pero la adrenalina era un combustible potente, un fuego frío que me recorría las venas y mantenía a raya cualquier atisbo de debilidad.
—Estás lista, Ivy.
La voz de Emm