El aullido cortó el aire, y por un segundo, el mundo se detuvo. El viento, que antes había sido un susurro, ahora parecía estar contenido, esperando. La oscuridad entre los árboles parecía más espesa, como si la misma naturaleza hubiera inhalado y estuviera esperando el siguiente movimiento.
No me hizo falta pensar. Lo sentí en cada fibra de mi ser, en el rincón más profundo de mi alma. Ese sonido no era un simple eco en la montaña. Era una llamada. Era su llamada.
Ashen, a mi lado, ya estaba en alerta, su cuerpo tenso, pero su mirada era inquisitiva, no aterrada. Aunque no compartía el mismo vínculo con la tierra que yo, podía ver que algo había cambiado en el aire. Él no lo sabía, pero yo lo sentía. Ese aullido era un reconocimiento. Era de mi gente. De los míos. De los que quedaron atrás. De los que aún creen que la Luna no está muerta.
Me moví primero, sin pensarlo. Mi forma de loba se desdibujó en la penumbra, mi cuerpo impulsado por una necesidad primal. Ashen me siguió de cerca