Capitulo 2

El aire olía diferente. No a la madera quemada de la chimenea de mi antiguo hogar ni al perfume familiar de sábanas recién lavadas con lavanda. Aquí todo era nuevo, lujoso, impecable… y ajeno.

Parpadeé lentamente, permitiendo que la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas terminara de despertarme. La cama bajo mi cuerpo era inmensa, cubierta por un edredón aterciopelado de un café pálido, tan suave que mis dedos se hundían en él como si tocara una nube. Alrededor, las paredes con colores pastel combinaban perfectamente con la estética de la cama. Frente a mí, un tocador de madera bien pulido reflejaba mi rostro somnoliento en un espejo ovalado.

Giré la cabeza y mis ojos se posaron en las puertas dobles de cristal que daban a un balcón. Más allá, un bosque inmenso se extendía, rebosante de rosas en plena floración. Una brisa matutina entraba suavemente, trayendo consigo el aroma dulce de las flores y el murmullo lejano del oceano.

Mi habitación no solo era la recámara, consistía de una zona de estudio, un baño privado, un closet y una pequeña sala de estar.

Era la habitación con la que cualquier joven soñaría, un escenario sacado de un cuento de hadas. Sin embargo, a pesar de la belleza, algo dentro de mí se sentía fuera de lugar, como si todo lo que me rodeaba estuviera separado de mí por un cristal invisible. Como si este lujo no me perteneciera realmente.

Mi hogar estaba lejos, reducido a recuerdos borrosos. Aquí, rodeada de esplendor, solo quedaba un vacío frío e inquebrantable.

Un golpe suave en la puerta me sacó de mis pensamientos.

"Disculpe, señorita. El desayuno está listo. La esperan en el comedor" anunció una voz femenina al otro lado.

Me despegué de la cama con algo de pesadez y respondí en voz baja:

"Gracias. En un momento voy."

Escuché los pasos alejándose antes de levantarme por completo. Caminé descalza hasta el baño, estremeciéndome por el contacto del mármol helado bajo mis pies. Me duché rápidamente, dejando que el agua caliente aliviara la rigidez de mis músculos, aunque no pudo borrar la sensación de extrañeza que me envolvía desde que abrí los ojos.

Al salir, busqué en las bolsas que aún no había desempacado algo presentable, algo que me hiciera sentir segura. Opté por un vestido rosa pastel de tela suave y ligera, ceñido al cuerpo sin ser demasiado revelador. Los tirantes finos y el escote en forma de corazón realzaban mis curvas con elegancia, mientras que la falda, con una discreta abertura lateral, insinuaba apenas mi muslo al caminar. Me calcé unos tacones bajos y recogí mi cabello en una media coleta, dejando que algunos mechones enmarcaran mi rostro.

Cuando llegué al comedor, la escena ante mí me obligó a detenerme un instante en la entrada.

Allí estaban mis seis hermanastros, todos sentados alrededor de la mesa junto a mi madrastra, Katherine, y mi padre. La vajilla de porcelana estaba dispuesta con precisión sobre el mantel blanco, y el aroma a pan recién horneado y café flotaba en el aire.

"Agatha, toma asiento junto a Rowan" indicó Katherine con su sonrisa impecable.

El simple sonido de ese nombre hizo que mis músculos se tensaran. De repente, los recuerdos de la noche anterior me golpearon con fuerza, trayendo consigo un torrente de emociones que apenas pude contener.

Traté de evitar el contacto visual. Al igual que él.

Rowan estaba a mi derecha, con la misma expresión impenetrable de siempre. Su cabello, de un tono gris plateado, caía en mechones desordenados sobre su frente, como si el viento lo hubiera despeinado segundos antes. Sus ojos, de un naranja ardiente e hipnótico, brillaban con intensidad, contrastando con la frialdad de su rostro esculpido en mármol.

Podría haber sido el hombre más atractivo de la habitación… si no fuera por la gélida indiferencia que emanaba de él.

Respiré hondo y, sin decir una palabra, tomé asiento, fingiendo que no sentía la presión de su presencia tan cerca.

Katherine sonrió con dulzura antes de hablar, su tono cargado de una falsa calidez.

"Como ya saben, estamos casados, este es un gran cambio en nuestra familia y quiero que todos nos llevemos lo mejor posible." Hizo una pausa calculada antes de continuar, su mirada fija en cada uno de sus hijos. "Mi esposo y yo hemos decidido irnos de luna de miel por un mes."

El suave tono de su voz no ocultaba la mirada que lanzaba a mi padre, como si esperara que él reforzara su declaración.

Antes de que pudiera continuar, un fuerte golpe sobre la mesa hizo retumbar la porcelana.

Theron, uno de los gemelos, estaba erguido, con los puños apretados y los ojos ardiendo con furia. Su cabello blanco caía en suaves ondas sobre su rostro, pero la rabia que irradiaba eclipsaba cualquier otra cosa. Su expresión, tan hermosa como peligrosa, parecía esculpida por un dios vengativo.

"¿Cómo puedes irte después de lo que nos hiciste pasar ayer? ¿Qué clase de farsa es esta?" espetó con desdén.

"¿De verdad crees que todo se olvidará solo porque ahora tienes un marido a tu lado?"

Mi padre, cuyo rostro había permanecido impasible hasta ese momento, se levantó de su asiento con una calma peligrosa.

"¡No le hables así a mi esposa!"

tronó su voz, reverberando en el aire con un filo helado. La mesa tembló ligeramente ante la fuerza de sus palabras.

"Este es mi hogar ahora, y no permitiré que le faltes el respeto. ¿Quién te crees que eres para dirigirle la palabra en ese tono? Será mejor que te sientes y aprendas cuál es tu lugar, porque ni Katherine ni yo vamos a tolerar este comportamiento."

La frialdad con la que lo dijo me heló hasta los huesos. No fue una simple reprimenda, sino una humillación despiadada. Su mirada afilada y despectiva se clavó en Theron, despojándolo de cualquier derecho a defenderse.

Y Katherine… ella sonreía. No abiertamente, no de forma descarada, pero había un destello en su mirada, un atisbo de satisfacción, como si disfrutara viendo a su hijo y su marido enfrentarse.

El aire en la habitación se volvió denso, sofocante.

Fue entonces cuando Kael, el mayor por escasos segundos, habló.

Era tan imponente como sus hermanos, pero de una manera distinta. Su cabello negro, largo y bien peinado, le confería una elegancia innegable, y sus ojos rojos eran un abismo insondable que ocultaba más de lo que revelaba. Su voz, profunda y controlada, cortó la tensión con precisión quirúrgica.

"Basta" ordenó, con la autoridad de quien sabe que será escuchado.

"No tenemos por qué arruinar el desayuno con este tipo de discusiones."

La voz de Kael, profunda y firme, cortó el aire con precisión quirúrgica. No alzó la voz, pero su tono fue lo suficientemente autoritario como para imponer silencio.

Su mirada carmesí se deslizó primero hacia Theron, cuyo pecho aún se alzaba y descendía con furia contenida.

"Hermano, respira. No ganamos nada reaccionando así."

Theron apretó los labios, sus puños aún temblaban sobre la mesa, pero Kael tenía razón.

Luego, sin perder un ápice de su temple, Kael se giró hacia mi padre.

"Y tú, no tienes derecho a hablarle de esa manera a Theron. Aunque ahora creas que esta casa es tuya, nosotros seguimos aquí. No nos iremos a ninguna parte."

El silencio que siguió fue denso, aplastante. Un duelo sin palabras se libró entre mi padre y Kael, pero, como si midiera sus posibilidades y decidiera que no valía la pena, mi padre tomó su taza de café y bebió en silencio.

Theron se hundió en su asiento, aún ardiendo de rabia, pero sin continuar la discusión.

El desayuno avanzó en un incómodo mutismo.

Cuando los platos estuvieron casi vacíos, mi padre dejó la servilleta sobre la mesa y habló con la misma frialdad de antes.

"Nos iremos hoy mismo por la noche."

Katherine, con su sonrisa impecable, añadió con dulzura fingida:

"Espero verlos allí para despedirnos."

Sus ojos recorrieron a cada uno de sus hijos con una ternura tan cuidadosamente ejecutada que parecía sacada de una obra de teatro. Era obvio que ninguno de ellos la creía.

Después del desayuno, mis hermanastros abandonaron el comedor con expresiones sombrías.

Yo esperé un momento antes de seguirlos, intentando que mi presencia pasara desapercibida.

Al salir, me encontré con Cillian.

Alto, con una postura imponente y arrogante, tenía el tipo de belleza que parecía casi irreal. Su cabello blanco caía en ondas suaves, como la nieve recién caída, y sus ojos, una combinación de azul con destellos rojos, me observaron con una mezcla de apatía y curiosidad.

Se apoyaba contra la pared con los brazos cruzados, como si me hubiera estado esperando.

"Tardaste en salir" dijo con su voz tranquila, sin una pizca de emoción.

"Lo lamento, solo quería salir más tranquila" respondí, intentando sonar sincera.

"Mi madre me pidió que te diera un recorrido por la mansión para que no te sintieras tan extraña mientras tu padre no está aquí" dijo con el mismo tono indiferente.

Su forma de hablar me dejó claro que no tenía elección en esto.

"Ah, claro… gracias" murmuré.

Él simplemente se giró y comenzó a caminar sin mirar atrás, dándome a entender que debía seguirlo.

La mansión era un laberinto de pasillos interminables, puertas de madera con tallados exquisitos y habitaciones que parecían salidas de una época donde la opulencia lo era todo.

Cada vez que pasábamos por una nueva estancia, Cillian hablaba lo justo y necesario.

"Este es el salón de música…"

"La biblioteca está aquí…"

"El ala oeste no tiene mucho que ver, pero si te pierdes, intenta volver sobre tus pasos…"

Pese a su tono monótono, no podía evitar notar algo en su voz. No era exactamente hostilidad, pero sí una barrera invisible que mantenía entre nosotros.

El aire se sentía cargado de algo más que simple incomodidad.

A veces, cuando giraba para indicarme el siguiente camino, sus ojos se posaban en mí un segundo más de lo necesario. Un vistazo fugaz, pero lo suficientemente intenso como para hacerme consciente de la poca distancia que nos separaba.

En uno de los pasillos más apartados, un ventanal dejaba entrar la luz dorada de la tarde. Cillian se detuvo allí, observando el exterior en silencio.

"¿No te molesta tener que hacer esto?" pregunté, intentando romper la tensión.

Él giró apenas la cabeza hacia mí, y por primera vez, una sombra de sonrisa se dibujó en su rostro.

"Me molesta más que mi madre piense que esto cambiará algo" respondió.

Su mirada se encontró con la mía y, por un instante, sentí que el aire se volvía más denso. Su presencia era abrumadora, pero no de una forma desagradable.

Era como si midiera cada uno de mis movimientos, como si intentara descifrar qué clase de persona era yo… y yo hacía lo mismo con él.

"¿Y ha cambiado algo?" pregunté en voz baja.

Cillian inclinó un poco la cabeza, su cabello cayendo con un descuido casi calculado.

"Tal vez" dijo.

Y luego simplemente continuó caminando.

El recorrido finalizó tarde. Fue agotador, pero en cierto modo lo disfruté.

Cillian se había relajado un poco, y aunque nunca dejó de ser reservado, hubo momentos en los que se mostró más amable… al menos, tan amable como podía ser con la hija del hombre que se casó con su madre y humilló a su hermano.

Lo que restaba del día pasó sin más contratiempos, hasta que llegó la hora de la despedida.

Todos estaban reunidos en la entrada principal de la mansión.

Katherine, con su porte impecable, se acercó a sus seis hijos, extendiendo los brazos con falsa ternura.

"Mis amores, prometo que no será mucho tiempo" dijo con dulzura. "Confío en que sabrán comportarse y no meterán en problemas a Agatha."

Sus hijos la miraban con expresiones que iban desde la indiferencia hasta el desprecio.

Kael asintió con frialdad.

Theron ni siquiera se molestó en mirarla.

Cillian solo guardó silencio.

Darion la abrazo aunque era un abrazo falso por ambas partes.

Edrik solo esbozo una leve y falsa sonrisa.

Rowan, que había permanecido en la sombra todo el día, no pronunció palabra alguna.

Aun así, Katherine sonrió con la misma dulzura ensayada, besando suavemente la mejilla de cada uno antes de apartarse con aire satisfecho.

Mi padre se acercó a mí.

"Cuídate, Agatha" dijo, con su voz baja y seria.

No había dulzura, no había calidez.

Yo solo lo observé, sintiendo en mi pecho una sensación de vacío.

"Tú también" respondí con la misma frialdad.

Él pareció notarlo. Por un segundo, sus labios se tensaron, como si fuera a decir algo más… pero al final, no lo hizo.

Sin más, se dio la vuelta y caminó hacia el auto, donde Katherine ya lo esperaba.

Las puertas se cerraron, y el vehículo se perdió en la noche.

El silencio que dejaron atrás fue sofocante.

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