Atada
Atada
Por: Miki F.
Capitulo 1

La luna llena bañaba el cielo con su luz rojiza, iluminando el castillo que se erguía ante mí. Sus muros, altos y oscuros, parecían respirar, como si estuvieran vivos, como si guardaran secretos que no debían ser revelados. No sabía qué me había traído hasta allí, pero algo en lo más profundo de mi ser me gritaba que debía huir.

Corrí, aunque no entendía por qué. Mis pies crujían sobre las hojas secas mientras el viento frío me erizaba la piel. Pero no era el frío lo que me hacía temblar. Había algo más en ese aire, algo que se filtraba en mis huesos, susurrándome que no estaba sola.

No era solo miedo lo que sentía. También era una extraña atracción, una necesidad inexplicable de seguir adelante, de adentrarme más en la penumbra del bosque. Pero al mismo tiempo, una sensación de peligro me oprimía el pecho.

Y entonces, los escuché.

Susurros. No venían del viento ni de entre los árboles. Eran voces dentro de mi cabeza, susurrando mi nombre con una familiaridad escalofriante. La luna, roja como nunca antes la había visto, proyectaba sombras alargadas que se estiraban hacia mí, como si el propio castillo me llamara.

Pero estaba sola. Solo la luna. Solo el silencio.

Mi respiración se aceleró. Algo en mi interior me decía que no debía mirar atrás. Pero lo hice.

Y en ese instante, el mundo se desplomó.

Desperté con un jadeo entrecortado, el corazón latiéndome con fuerza contra el pecho. El eco de aquellos susurros aún vibraba en mi mente, como si no hubieran desaparecido del todo. Me quedé inmóvil por unos segundos, tratando de distinguir la realidad del sueño. Pero la sensación de ser observada… esa no se desvaneció.

Suspiré y pasé una mano por mi rostro. Hoy era un día importante. No para mí, sino para mi padre. Su boda con la señora Moongrave se llevaría a cabo en unas horas.

Me senté en la cama y traté de ordenar mis pensamientos. A su prometida apenas la conocía; mi padre nunca hablaba demasiado de ella. Tampoco es que habláramos mucho de nada. Nuestra relación siempre había sido distante.

Sabía que ella tenía seis hijos. A tres los había visto recientemente en una reunión familiar, pero nunca había cruzado palabra con los otros 3. Con quién más había platicado era: el menor de los hermanos, el que tenía mi edad.

Y no era un buen recuerdo.

Él y su grupo de amigos me habían molestado incontables veces. Cuando se lo mencioné a mi padre, su respuesta fue indiferente. "Es tu culpa por no saber relacionarte con los demás", dijo.

Apreté los labios, conteniendo un suspiro. No tenía sentido pensar en eso ahora. Me levanté y fui a vestirme.

Elegí un vestido negro, ligero y suave al tacto. Se ajustaba delicadamente a mi figura, dejando mis hombros y pecho al descubierto con un escote sutil. La falda caía hasta mis rodillas, moviéndose con gracia con cada paso que daba.

Recogí mi cabello en una coleta alta, asegurándolo con un moño del mismo tono que mi vestido. Unos mechones sueltos enmarcaban mi rostro, suavizando mis facciones. Me puse unas zapatillas altas que combinaban a la perfección, estilizando mis piernas.

Hoy debía lucir impecable. No porque quisiera, sino porque no tenía opción.

La celebración comenzaría temprano y se extendería hasta la noche. La señora Moongrave pertenecía a la élite. Los Alfas. Su segunda boda debía ser un evento majestuoso, digno de su estatus.

Bajé las escaleras en silencio, mis pasos resonaban suavemente contra la madera. Encontré a mi padre en la entrada, esperando.

"¿Ya estás lista?" preguntó sin siquiera alzar la vista del reloj.

"Sí. ¿Nos vamos?" respondí con un tono carente de emoción.

"Saldremos ahora para llegar a tiempo" dijo con la misma seriedad de siempre. "Recuerda que debo bajar justo frente al Santuario Lunar. La limosina se detendrá en un lugar apartado y ahí podrás bajar."

Cada palabra suya sonaba ensayada, como si lo hubiera repetido mil veces en su cabeza antes de decirlo. Me dio tantas instrucciones que apenas pude asimilarlas todas.

Pero debía obedecer.

Todo debía ser perfecto: mis movimientos, mis palabras, incluso mi expresión. Mi padre no toleraría que lo hiciera quedar mal, y mucho menos que su prometida se sintiera avergonzada de mí.

Solo era una chica normal atrapada en un mundo demasiado grande para ella.

La boda fue todo un despliegue de opulencia, pero, a pesar de toda la pompa, yo no podía evitar sentirme ajena a todo lo que ocurría a mi alrededor. Los trajes, las joyas, la gente de la alta sociedad que desfilaba por el salón como si fuera una obra teatral… Para mí, todo parecía tan irreal, tan vacío. Las sonrisas forzadas de mi madrastra, la Reina Alfa de este lugar, y la de mi padre, tan diferentes a las que solía ver cuando estábamos juntos en casa, me resultaban casi dolorosas. Mi padre no encajaba allí, no era uno de los poderosos alfas que gobernaban y mantenían sus tronos con puños de hierro. Pero mi madrastra sí lo era, y ese contraste me inquietaba, me hacía sentir aún más desconectada de todo.

La ceremonia pasó en un suspiro. Para mí, no fue más que una sucesión de gestos vacíos, de palabras intercambiadas que carecían de significado. Los votos eran dichos con una suavidad artificial, como si se tratara de un simple trámite, no de un acto de amor genuino. Y cuando los novios (mi padre y mi madrastra) se mordieron el cuello en un gesto simbólico de dominancia alfa, sentí una opresión en el pecho. No era un gesto de amor, sino de poder, un recordatorio de que ahora, no solo se habían unido por matrimonio, sino por una jerarquía que me colocaba aún más lejos de ser parte real de esta familia.

Pronto nos trasladamos al salón en dónde se llevaría acabo la celebración.

El tiempo paso, con el bullicio de los invitados, la música y las risas que llenaban el aire, ya no pude soportar quedarme más tiempo. Me levanté en silencio y salí del salón, buscando escapar de esta atmósfera falsa. Caminé por el jardín, dejándome envolver por los arbustos que formaban un laberinto. Entre la frescura del aire y el suave sonido del agua en una fuente escondida, encontré un respiro de paz.

La luna brillaba sobre el agua de la fuente, creando reflejos plateados que se movían suavemente con la brisa. El silencio era profundo, solo interrumpido por el murmullo del viento entre los árboles.

Entonces lo vi, allí, sentado junto a la fuente. Rowan, el hijo menor de mi madrastra. Sus cabellos grises brillaban bajo la luz de la luna, y su mirada, perdida y vacía, lo hacía parecer más una sombra que una persona real. Lo observé un momento, dudando, como siempre lo hacía antes de acercarme a él. Había algo en su mirada que reflejaba el mismo dolor y confusión que yo sentía.

Finalmente, no pude evitarlo más y di un paso hacia él.

"¿Estás bien?", pregunté, alzando la voz para que me escuchara.

Rowan levantó la cabeza lentamente, como si despertara de un sueño profundo. Sus ojos brillaban, pero no con la claridad que recordaba. Su expresión estaba nublada por el alcohol, pero había algo en su mirada que no pude ignorar.

"Pues... ahora ya somos hermanos, ¿no?", dijo él, la voz rasposa y vacía. Su risa fue amarga, como una burla a la situación.

Lo observé en silencio, sin saber qué decir. El aire entre nosotros estaba cargado, denso, lleno de emociones no expresadas. Siempre había sido reservada, guardando todo para mí, pero en ese momento algo dentro de mí me impulsaba a dar un paso hacia adelante.

"Supongo que sí", murmuré finalmente, sin poder evitar la tristeza en mi voz. "Aunque no sé si eso cambie mucho las cosas. No me siento parte de esto."

Rowan me miró fijamente, como si tratara de leer mi alma. Dio un paso hacia mí, y el espacio entre los dos se hizo más pequeño, la electricidad en el aire palpable.

"¿No te sientes parte de qué?" Su tono era bajo, pero las palabras llegaron a mis oídos con una intensidad inesperada. "¿De la familia? ¿O de este circo que nuestra madre ha montado?"

La amargura en su voz tocó una fibra sensible en mí. Podía ver el dolor reflejado en sus ojos, aunque tratara de ocultarlo tras una fachada de desdén. Algo en que él entendiera mi malestar me hizo sentir menos sola.

"Ambas cosas", confesé, bajando la mirada. "Mi padre... no sé, creo que él no se da cuenta de lo que está pasando. Parece ciego ante todo esto."

Rowan se acercó aún más, hasta quedar tan cerca que podía sentir su respiración entrecortada, pesada por el alcohol. Pero no era solo eso lo que me inquietaba. El aire entre nosotros estaba cargado, como si el mundo mismo se hubiera detenido por un momento. Pude escuchar el sonido de su respiración, pesada, y algo en su cercanía hizo que mi corazón latiera con más fuerza.

Rowan estaba tan cerca que pude sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, mezclado con el leve toque a alcohol en su aliento. Era un hombre completamente diferente al que había conocido antes, con una fachada quebrada que me mostraba una vulnerabilidad palpable. Y yo, atrapada entre mi propio desconcierto y la necesidad de escapar de todo lo que conocía, no podía dejar de mirarlo.

"¿Qué vamos a hacer con todo esto?" susurré, mi voz quebrada por la frustración. "Todo se siente tan... tan falso."

Rowan no respondió de inmediato. En lugar de eso, dio un paso más cerca, tan cerca que pude sentir su respiración en mi cuello. El contacto fue eléctrico, como una corriente que atravesó mi cuerpo. Cerré los ojos por un momento, incapaz de resistir la atracción.

"No lo sé", dijo él en voz baja, apenas audible, como si las palabras pudieran romper la atmósfera que se había creado entre nosotros. "Tal vez no lo sepamos. Pero aquí estamos."

Su mano, casi instintivamente, alcanzó mi mejilla, un toque suave que me hizo estremecer. Era un contacto delicado, pero lleno de tensión, como si estuviera buscando algo, más allá de las palabras. Sus dedos recorrieron mi piel, trazando una línea invisible por mi rostro, deteniéndose en mis labios. Ese gesto, tan sutil, fue suficiente para que una oleada de emociones encontradas me invadiera. No sabía si debía retroceder o entregarme al deseo que comenzaba a despertar en mí.

"Rowan...", comencé a decir, pero las palabras se perdieron en el aire cuando él me atrajo hacia sí.

El abrazo fue impulsivo, casi desesperado, como si ambos necesitáramos tocarnos, como si esa distancia entre nosotros fuera la misma que sentíamos con el mundo a nuestro alrededor. Me aferré a él, buscando consuelo en ese momento tan confuso. Él me sostuvo con firmeza, como si yo fuera la única ancla en medio de un océano agitado.

"Agatha", susurró él contra mi oído, su voz ronca, cargada de emociones no expresadas.

Mi corazón latió con fuerza, casi queriendo escapar de mi pecho. El roce de su cuerpo contra el mío, la calidez de su piel, la forma en que sus brazos me rodearon, me hicieron sentir más viva que nunca. La vulnerabilidad de Rowan, su deseo no dicho, su dolor compartido, me mostraron una faceta que nunca había visto antes en él.

De repente, sus labios se encontraron con los míos, primero con suavidad, casi como una pregunta, como si estuviera esperando que lo detuviera. Pero yo no lo hice. Cerré los ojos y me dejé llevar. El beso fue lento al principio, exploratorio, pero pronto se volvió más urgente, como si estuviéramos tratando de sellar algo, de borrar todas las dudas y miedos que nos rodeaban.

Mis manos, temblorosas al principio, se movieron hacia su cuello, acariciando la piel caliente allí, mientras que él, con una delicadeza que me sorprendió, acariciaba mi espalda, subiendo por la curva de mi cintura. La sensación de tener su cuerpo tan cerca, de compartir nuestra respiración, se convirtió en algo que no sabía si quería frenar o continuar. La presión aumentaba, pero había una suavidad en cada toque, un reconocimiento silencioso de lo que ambos sentíamos.

Cuando nos separamos, nuestras frentes se apoyaron suavemente. Yo, con los ojos cerrados, traté de recuperar el aliento, mi corazón desbocado. Una lágrima solitaria rodó por mi mejilla, un testamento de la mezcla de emociones que me atormentaban. No era tristeza, no solo deseo… era una sensación profunda de conexión, de ser vista, de ser entendida.

"¿Qué estamos haciendo?" murmuré, mi voz quebrada, mi pecho agitado.

Rowan no respondió de inmediato. Simplemente me abrazó con más fuerza, sus manos deslizándose por mi espalda en un gesto protector, casi como si quisiera que ese momento no terminara. "No lo sé", dijo finalmente. "Pero... no quiero que se acabe."

La luna brillaba sobre nosotros, y por un instante, en ese jardín apartado, todo lo demás desapareció. No había bodas, no había reglas, solo dos personas perdidas en un torbellino de emociones que nunca habíamos entendido hasta ahora.

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