Lucas regresó a su oficina y tomó asiento. Se balanceó en su silla y soltó un profundo suspiro. Sus ojos se quedaron fijos en la pared mientras pensaba en las palabras de Yanet. Sabía que la había herido profundamente, y no la culpaba por sentirse así. Merecía su ira, su odio y su resentimiento.
Pero no podía rendirse. No podía perder la esperanza. Tenía que arreglar las cosas, no solo por él, sino por su hijo, Etán. Quería ser un buen padre y también un buen compañero. Quería mostrarle el amor del que la había privado en el pasado.
Lucas respiró hondo y se levantó de la silla. Caminó hacia la ventana y miró la ciudad. Suspiró al ver a la gente ocupada con sus vidas diarias.
Regresó a su silla y volvió a sentarse. Su asistente personal entró en la oficina con una sonrisa y se inclinó ligeramente.
—Señor, tiene una reunión con la junta directiva en quince minutos. Estarán en la sala de conferencias en cualquier momento.
Lucas suspiró.
—Sofía —la llamó, y ella levantó la vista.
—Sí, señ