Sonreía divertida hacia mi compañero, acababa de hacer una broma sobre mis nuevos manolos y no había podido evitarlo.
Estábamos en una de esas misiones aburridas, pero ya no era lo mismo, ahora lo pasaba realmente bien charlando con él.
De nuevo con prismáticos en mano, dentro de su coche, ya que volvía a llover, vigilábamos la casa del sujeto en cuestión: una prostituta que parecía ser la amante de Luis Costa, uno de los traficantes de maría más grandes de todo el país.