Aquel jaleo era propio del mercado de Busan, todas las ahjumas gritaban a pleno pulmón con la intención de vender sus productos.
Mientras el señor Miyagui limpiaba la sangre del pescado y lo posaba sobre mis manos para que los devolviese a su pecera.
Había pasado 2 semanas en aquel lugar junto a él, ayudándole en todo lo que podía, intentando olvidar a aquel cliente, pero era algo difícil, pues no podía parar de recordar que Luis no había podido sanarme.
El señor Miyagui era un antiguo visionado de guerra en Japón, que vivía en Busan con la intención de alejarse de su país. No le gustaba mucho la política y odiaba a los ja