Unos minutos después terminamos el desayuno. Sabía que la presencia de Ace en casa era un problema, y la única solución era que se fuera y volviera a casa para que Scott viera que no estaba conmigo.
—¿Ace? —lo llamé en voz baja.
Se giró hacia mí. —Sí, ¿qué pasa? —dijo antes de volver a fregar los platos.
—Creo que deberías irte —dije rápidamente, sin pensarlo dos veces.
Hizo una breve pausa y luego continuó—. ¿Por qué?
—Simplemente siento que deberías —murmuré—. No quiero que Scott piense que estás aquí…
—Pero estoy aquí —me interrumpió.
—Lo sé, pero no quiero que piense eso. Quiero que piense que has estado en casa de una amiga toda la noche. No quiero que mi huida levante más sospechas.
—Me da igual, Sabrina —dijo mientras terminaba de enjuagar el último plato—. Que piense lo que quiera. Me da igual y no me voy.
—Ace… —
—No me voy, Sabrina. Lo siento, no te voy a dejar.
Me acerqué a él. —No me vas a dejar del todo. Solo quiero que vuelvas a casa, que te quedes allí quizá el resto