La casa se había quedado en silencio esa tarde. Intenté leer y terminar el libro que tenía en la mano, pero mi mente seguía divagando, siempre hacia él. Salí del invernadero, tras haberme cruzado con Mary un par de veces mientras paseaba por la finca. Mary me había confirmado que el Sr. Scott había estado encerrado en su despacho desde la mañana, hablando con la gente a través de su brillante pantalla de ordenador.
Ya no podía evitarlo. Sentía un peso en el pecho por la necesidad de verlo. Así que me encontré de pie frente a la puerta de su despacho. La puerta se alzaba imponente, un guardián silencioso entre él y yo. Mi mano dudó en el pomo, pero me obligué a girarlo lentamente, abriéndola con facilidad.
Se oyó el leve zumbido de una voz masculina. Entré sigilosamente. La habitación olía a él. Estaba sentado tras su escritorio, con una postura relajada pero autoritaria, con unas gafas sobre la nariz mientras hablaba con alguien en la pantalla de su portátil. La voz, grave y profesion