La madre de Luciana se sentó al borde de la cama y, con ternura, extendió sus manos hacia las bebés.
—¿Puedo sostener a una de ellas? —preguntó, con la voz suave, como si temiera romper el frágil momento de felicidad.
Luciana asintió, entregando con cuidado a Valentina a su madre. La abuela la sostuvo con delicadeza, mirando a la pequeña con asombro, mientras Valentina se movía ligeramente entre sus brazos.
—Nunca pensé que tendría la oportunidad de ser abuela —susurró, emocionada—. Verlas aquí, a ti, a tus hijas... Es un milagro, Luciana. Un milagro del amor.
El padre de Luciana se acercó también, con una sonrisa emocionada en el rostro. Se inclinó y acarició la mejilla de Sofía, que descansaba en los brazos de Luciana.
—Estoy muy orgulloso de ti, hija —dijo con voz ronca por la emoción—. Y de estas pequeñas. Serán una bendición en nuestras vidas.
Luciana, viendo a sus padres tan llenos de amor y orgullo, sintió una paz profunda. Por fin, después de tanto tiempo, estaba rodeada de la