Capítulo 25: Los surcos de oro.

Un beso, era, quizás, uno de los actos más puros, eróticos y pasionales, que dejaban ver los sentimientos o las intenciones del otro, un delirio que era ansiado por todos, y venerado en casi cada poema, libro, o canción de amor que existe…un beso, era un acto íntimo, de plena confianza, que podría dejar saber los amores ocultos…o también ocultar las malas intenciones de alguien cruel. Sin embargo, pocas ocasiones, un beso era algo que iba mucho más allá, algo que rebasaba los límites de la cordura y la belleza, y acariciaba los límites entre el cielo y el infierno. Algo que despertaba sensaciones dormidas que eran tanto hermosas, como pecaminosas, y dejaban vulnerable al ser ante la pasión desmedida que podría destapar al ser mismo, como si este, recién se estuviese descubriendo.

Aquel beso no era como todos los demás que antes hubiesen sentido; era feroz, era pasional, era pecaminoso, y también, tan sublime y dulce como acariciar con las yemas de los dedos las puertas del paraíso. Va
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