—Lamento mucho el malentendido —le digo a Lisandro, mientras se acercan para servirnos la comida.
—No te preocupes, mi hija está pasando por una adolescencia difícil y si sumamos a que está celosa de ti se vuelve caótica —me comenta, mientras se da vuelta para agradecer cuando le sirven la comida.
—¿Celosa? —pregunto entre susurros, mientras me sirven a mí.
—Al parecer se enteró de que papá había traído a una amiga, y pese a que no me habla hace unos meses decidió aparecer en la fiesta —comenta él y pide que le sirvan agua, parece bastante desanimado—. No te preocupes, yo era igual a su edad. Solo que soy hombre, si sumamos mi temperamento y las hormonas femeninas todo se vuelve un caos.
—¿Te ocurre algo más? —le pregunto al notar que no es capaz de sonreír ni mirarme a la cara.
—Mañana tengo que viajar para resolver unos asuntos, así que no estaré de regreso hasta el treinta de diciembre —me indica, y dudo si contarle que debo ir a Argentina.
—¿Puedo saber a dónde vas? —le pregunto a