CAPITULO 2

Quiero que vuelvas y me lleves a casa,

lejos de estas largas y solitarias noches.

Te estoy buscando, ¿lo sientes también?

JOHN

Me había resignado al susodicho romance de Samanta e intuía con todas mis fuerzas de quien se trataba. Sin embargo, jamás había visto tan feliz a Sam que lentamente me fui haciendo la idea de que: o aceptaba su decisión, o ella saldría de mi vida para siempre.

Fueron días enteros observándola, estudiando sus reacciones, su humor, su modo de comportarse cuando regresaba a casa, feliz después de un encuentro con el fulano aquel. Me había contenido para respetar su privacidad, no seguirla y confirmar de una vez las fuertes sospechas de que era Rick quien había intervenido en la vida de Samanta intempestivamente. Era el único que podría tener aquel poder sobre ella.

Mis vanos intentos por disuadirla de que yo lo sabía o persuadir su interés por él, no sirvieron de nada. Y si Sam estuvo dispuesta a enviar todo al demonio por ese hombre, estaba seguro que también se alejaría de mí si no lo aceptaba.

Cuando feliz me pidió que lo conociera, admito que sentimientos encontrados embargaron a todo mi ser. Por un lado, si era Rick, deseaba desquitarme a golpes con él por no haber escuchado mis advertencias. Pero por otro, sabía que si le prometió a Sam venir a casa aún a costa de que nuestra amistad se rompiera para siempre, era porque realmente estaba interesado en ella. Además, prefería que sea alguien a quien conociera, a pesar de no agradarme la situación, a que fuera un desconocido del que no supiera absolutamente nada.

Sin embargo, cuando la dejó plantada esa noche, perdí por completo la razón y deseé con todas mis fuerzas que no se tratara de mi mejor amigo porque estaba seguro, jamás perdonaría que jugara de ese modo con Sam.

Mi pequeña estaba destrozada, marcando desesperada las teclas de su móvil.

Me quedé por unos minutos en el umbral de la puerta de su habitación, suplicando internamente porque le respondiera, dándole una excusa convincente para no haber llegado a la cena. Sin embargo, la desesperación de mi sobrina logró que me dejara llevar por la rabia e hice trizas aquel maldito móvil.

Ya luego, comprendí que ese aparato sería la única pista que confirmaría o desecharía mi teoría sobre todo aquel asunto.

Cuando Sam se recostó en su cama, recogí los pedazos y los llevé a la cocina, buscando una bolsa en la que guardar las trizas entre las que se encontraba la memoria del móvil.

Apenas había podido pegar el ojo en un sillón que había colocado en la puerta de su alcoba, por el temor de que se escapara a buscar a ese hombre en horas de la madrugada. Estaba tan desesperada, tan triste y con una angustia indescriptible, que estaba seguro cometería una locura para sacarse aquella espina dolorosa que estaba incrustada en su pecho.

Temprano, me di una larga ducha fría a pesar de las bajas temperaturas porque necesitaba despejar la cabeza, pensar con la mente clara en lo que haría para que Samanta no sufriera más. Cuando Elena llegó, solo le pedí que no se marchara hasta que yo regresara, porque debía hacer varias cosas e ir a la oficina.

Abrí la puerta del cuarto y Samanta seguía profundamente dormida. Me acerqué despacio y vi su rostro, manchado con el delicado maquillaje que anoche adornaba su rostro feliz. Tragué con fuerza y suspiré impotente, sin saber con precisión qué hacer. Quise acariciar su pelo, pero no deseaba que despertara para volver a someterse a una realidad que le rompía el corazón.

Solo tomé aire, salí de la alcoba cerrando despacio la puerta y bajé al parking dispuesto a averiguar quién era el maldito que la estaba haciendo sufrir tanto.

Al llegar a la oficina, de inmediato llamé a Sofía.

—Sofi, necesito que envíes esto a algún sitio donde se puedan recuperar los datos —le tendí la bolsa con los restos del móvil—. Debo saber antes del mediodía, a nombre de quién está la línea.

—Entendido, señor. ¿Desea algo más?

—Quiero que marques a la oficina del señor Jones y averigües si ha venido hoy. En el caso que no se haya aparecido; llama a su casa y a todos los números que tenga registrado nuestro directorio.

—Me ocuparé ahora mismo —volteó para marcharse, pero le volví a hablar.

—Antes de hacer todo lo que te he pedido, pídele a la señorita Cox que venga a verme.

Sofía solo asintió con la cabeza y luego salió con prisa a hacer todos mis encargos.

Estaba seguro de que Rick no había venido y que tampoco respondería las llamadas, así que Linda era la única que de momento podía ayudarme. Sin embargo, grande fue mi sorpresa cuando Sofía regresó con el rostro compungido, para darme el recado de la señorita Linda Cox.

—La señorita Cox no vendrá.

—¿Se puede saber por qué? —pregunté confundido.

—Dice que… usted no es su jefe y que desde la última conversación que tuvieron, le ha quedado claro que no desea nada bueno con ella, por lo que no tolerará gratuitamente su humor cambiante…

Sofía había esquivado la vista con cada palabra que decía.

Presioné mis labios al mismo tiempo que daba un golpe a mi escritorio. Mi tonta aventura con esa chiquilla, terminaría por volverme loco si no controlaba mis impulsos y deseos. No estaba en edad de perder la cabeza y el raciocinio en estos momentos.

Tragué saliva y me relamí los labios, recordando la última vez que mis dedos rozaron su blanca piel. Cerré los ojos y bufé. Me lo merecía, pero de todos modos, debía apartarla de mi vida o Linda terminaría igual que Sam, y eso no podría perdonármelo jamás.

—Puedes hacer los demás encargos, Sofi. Ah. —lancé antes de que saliera—. Por favor, si no tienes razón del señor Jones, usa todas las influencias que tengamos para averiguar si ha salido del país —la apremié a que saliera de mi despacho y ella se marchó, dejándome solo otra vez.

Suspiré frustrado por todos los problemas que se desataban en mis propias narices.

Sin embargo, no era momento de seguirle el juego a aquella rubia tentación que era una bomba de tiempo y podía poner de cabeza todo mi mundo. Estaba completamente loca, pero al mismo tiempo, su locura era lo más refrescante que había tenido en mi vida.

Negué sintiéndome un tonto; lo importante ahora era resolver todos los asuntos de Sam.

Tomé mi móvil, recordando la vez que Rick avisó en esta misma oficina, delante de Samanta, que había comprado un nuevo teléfono. Entonces me pareció absurdo que fuera una especie de mensaje para ella, pero ahora todo tenía sentido: él le recordaba que le había comprado un móvil exclusivamente para comunicarse con ella. Sin embargo, esperaría el reporte de Sofi porque no estaba bien hacer acusaciones por suposiciones que tal vez no fueran ciertas.

Impaciente, busqué en el directorio su número y efectivamente, me daba el buzón.

Tamborileé los dedos sobre mi escritorio, repitiéndome a mí mismo que podría ser una casualidad y que tuviera paciencia hasta que Sofi viniera con noticias. Miré mi reloj y marcaban las diez a.m., por lo que seguramente en una hora o menos, me arrancaría la duda de una vez.

Nunca bebía entre semana y menos aún en esas horas, pero necesitaba serenarme hasta tener todo el panorama despejado, por lo que me puse de pie y del minibar oculto tras una puerta casi imperceptible que se encontraba al lado del enorme ventanal, tomé un vaso corto y me serví un escocés. Me aflojé la corbata y tomé asiento nuevamente en mi sillón, mirando a punto fijo mientras tragaba despacio el licor amargo que quemaba mi boca y mi garganta.

Comencé a hilar hecho por hecho desde que Rick llegó y tuve que admitir que fui un completo ciego estúpido que cayó en su treta desde un principio.

Me quedaba claro que desde la primera vez que vio a Samanta, la quiso para él y todo lo que convino después, fue solo una inversión para conseguirla. Me envolvió con su interés por mi proyecto, con aquella absurda fachada de querer fuera a Samanta del mismo y poner en su lugar a Linda. Si no me hubiera dejado llevar por los tontos celos por esa chiquilla, habría abierto los ojos en aquel momento. Era evidente ahora, que Rick usó mi interés por Linda para manipular la situación y que Sam estuviera siempre cerca de él. No quería siquiera imaginar lo que ocurrió en Barcelona entre esos dos.

Me pasé la mano por el rostro y bebí un sorbo largo, rogando porque Samanta no estuviera embarazada y pronto se olvidara de todo este sabor amargo que le estaba dando de probar la vida.

La puerta se abrió y Sofí ingresó como torbellino, con el rostro serio. Sacudí la cabeza y fijé nuevamente mi mirada en el reloj para notar que era prácticamente mediodía.

—¿Qué has logrado averiguar? —pregunté al tomar el folio negro que me tendía.

—El señor Jones no ha respondido por ninguna vía en la que tratamos de contactarlo —abrí el folio y el papel que leí contenía los datos de la línea del móvil que le había entregado a Sofi—. Al parecer, tomó el vuelo de las 5 a.m. con destino a Londres —fruncí el ceño, mientras colocaba el folio sobre mi escritorio y lo leí con atención—. El móvil que he enviado a examinar, está bajo el nombre de…

—Richard Jones —terminé por ella mientras tragaba con fuerza. El maldito móvil estaba a su nombre, tal y como lo suponía.

—Sí, señor.

—¿Tienes registrado el número de su… esposa? O de su casa en Londres, algún contacto que pudiera servirnos para comunicarnos con él. ¿No ha dejado un mensaje con su secretaría? ¿Ha avisado algo respecto a su inesperada partida? ¿Alguna emergencia?

—La señorita Cox no está al tanto del asunto. Tampoco le di demasiados detalles; solo me limité a consultar sobre la llegada de su jefe o si ha avisado algo.

—Hiciste bien, Sofi. Necesito que averigües sobre algún medio de contacto en Londres.

—Tenemos registrado el número de la madre de su hija, para casos de emergencia.

La diferencia horaria con Londres era de cinco horas. Estaba a tiempo de llamar.

—Intenta la llamada y luego derívamela.

—De inmediato, señor.

Salió como había entrado y de la rabia, lancé el vaso que había dejado sobre mi escritorio contra la pared. Tomé de nuevo aquella hoja donde volví a leer el nombre de Rick y lo torcí entre mis manos, imaginando que se trataba el cuello de ese hombre.

El teléfono de mi escritorio sonó y tomé la llamada de inmediato.

—Señor Richmond; le comunico con la señora Emily Collins.

—De acuerdo —respondí y Sofi me derivó la llamada.

¿Diga? —oí la odiosa voz de aquella fría mujer a quien detestaba y por supuesto, el sentimiento era mutuo.

—Buenos días, Emily. Aunque para ti sean buenas tardes. Soy John —dije en un tono de voz amable y por unos segundos, no se oyó absolutamente nada. Fruncí el ceño hasta que el sonido común de una llamada, volvió a percibirse.

¡John Richmond! Tanto tiempo. ¿Cómo has estado? —indagó con una falsa efusividad y rodé los ojos.

—Bastante bien. No puedo quejarme, ¿y tú?

De maravilla, como siempre —replicó con suficiencia y bufé internamente—. ¿A qué debo el honor de tu llamada?

—Bueno, tengo unos asuntos pendientes con Rick y no logro contactarlo. ¿Sabes algo de él?

Su risa complaciente se oyó resonar de un modo presuntuoso.

—¿No te ha dicho? —indagó jactándose de que no supiera nada—. Nos ha echado de menos y me sorprendió por completo, apareciéndose aquí de repente.

Entorné los ojos y un fuerte mareo comenzó a apropiarse de mí. Me tomé del puente de la nariz para tratar de no perder el control.

—¿En verdad?

En este mismo instante, se está dando un baño porque iremos al cine y luego a cenar. Si quieres, puedo pedirle que te devuelva la llamada en cuanto esté listo.

—No es necesario —intenté mantener la compostura—. No quisiera echarles a perder su salida familiar.

En realidad iremos solo los dos; ¿No te ha mencionado nada? ¡Eres su mejor amigo! —fruncí el ceño manteniendo silencio—. Creo que me pedirá que lo acepte de nuevo. Desde la última vez que vino aquí, hemos hablado de arreglar nuestras diferencias y creo que por fin se ha dado cuenta que ninguna mujer, se puede comparar conmigo. ¿En verdad no te mencionó sus intenciones? —inquirió audaz para hacerme pasar un mal trago.

—Me alegro por ti, Emily. Y no; últimamente a Rick se le ha pasado decirme demasiadas cosas. Seguramente la emoción no le ha permitido hablar del asunto.

—¿Quieres que te devuelva la llamada o no? —dijo con fastidio simulado al final, como si de repente tuviera prisa por colgar. Seguramente se le hacía tarde.

—No es necesario. Solo saluda a Erín de mi parte.

Lo haré con gusto, John. Tú también, saluda a tu sobrina de mi parte. Adiós —me tensé en ese instante por el modo en que Emily lo mencionó. Era como si supiera acerca de lo que Sam tuvo con Rick.

Mi juicio comenzó a nublarse y colgué con violencia el maldito teléfono.

¿Rick estaba con Emily jugando a los esposos felices? ¿Cómo era posible?

¡Cómo demonios era posible! Si le había prometido a Sam… ¡le había mentido directamente a Sam!

Ese malnacido, ni bien se vio entre la espada y la pared con mi pobre sobrina, la abandonó para refugiarse en los brazos de aquella bruja.

Eran tal para cual… Rick era un maldito fraude que se merecía con todas las letras a  una mujer fría y calculadora como Emily.

Pero las cosas no se quedarían de ese modo. Rick estaba muy equivocado si pensaba que jugaría al tira y afloja con Sam cada vez que la quisiera en su cama. Había desacertado por entero escogiendo a mi sobrina como su presa, como un juguete que había desechado para regresar a su casa, a jugar a la familia feliz.

—¡SOFI! —grité poseído—. ¡SOFIA! —volví a bramar furioso.

Una Sofi agitada y sorprendida, ingresó corriendo a mi despacho.

—¿Ocurrió algo, señor? —preguntó asustada.

—Siéntate y apunta bien todo lo que te diré —la mujer asintió y colocó en posición la tableta que siempre llevaba en la mano—. Quiero que pidas al servicio técnico que bloquee todas las llamadas internacionales en las líneas de la empresa y solo esté disponible tu teléfono para recepcionarlas. Informa a recursos humanos que el señor Jones no estará disponible hasta nuevo aviso y que si alguien pregunta por él, no den ningún detalle al respecto. También ocúpate de pedir que todas las casillas de correo electrónico, no reciban correos del email del señor Jones. Que bloquen los correos de la señorita Cox, de Samanta y el mío. Si recibes algo de él, lo borras y no quiero oírte mencionarlo siquiera.

—¿Y si es importante? ¿Tampoco se lo debo mencionar?

—En mi presencia, no quiero que se vuelva a hacer mención de ese hombre. ¿Quedó claro? Mucho menos de algún mensaje o recado.

—Sí, señor.

—Harás lo mismo con las líneas de mi casa y con el móvil de Samanta; comunícate con el servicio telefónico y que bloqueen todas las llamadas internacionales.

—Está bien. Solo que… —Sofi titubeó y me exasperé.

—¿Algún problema?

—No podremos impedir que Samanta o la señorita Cox reciban los correos del señor Jones en sus email personales; solo podemos restringir los que utilizan en la empresa. A menos que…

—¿Tienes alguna idea?

—Nuestro servicio podría hacerlo si conectamos los ordenaros particulares al soporte de la empresa, o si pudieran tener acceso al correo personal.

—El ordenador de Sam siempre está en el salón, no será problema. ¿Puedes ir a mi casa a traerlo? Finge que te envié por unos papeles. Tienes la llave, siempre has ido y no desconfiará de ti.

—No hay problema —suspiró hondo y comprendí que deseaba saber qué estaba pasando—. ¿Es muy indiscreto preguntar qué está pasando, señor?

—¿Hace cuánto tiempo trabajas conmigo, Sofi?

—Hace ocho años, señor.

—Sabes todo de mí y conoces a Sam desde pequeña —su rostro se iluminó—. ¿Aprecias a mi sobrina?

—Bastante; ha crecido prácticamente aquí y más que aprecio, le tengo mucho afecto.

—Entonces confío en que si te revelo lo que está pasando, no solo guardaras el secreto, sino que también me ayudarás. ¿Estoy en lo cierto?

—Sabe que puede confiar en mí.

Suspiré y me pasé la mano por el pelo.

—Samanta se enamoró de Rick, Sofi.

—¿Por eso rompió su compromiso? —indagó y afirmé.

—Lo más terrible de todo es que él la sedujo y la engañó; le prometió cosas que no cumplió ni cumplirá y ahora Sam está en la casa, destrozada y desesperada buscando respuestas que nunca tendrá.

—¡Eso es terrible! Jamás imaginé que el señor Jones fuera esa clase de persona.

—Yo tampoco. Lo cierto es que anoche debía cenar con nosotros y asumir en mi cara que estaba con ella, pero él no apareció, tampoco se comunicó y Sam no pudo dar con él. Pensé que al marcharse a Londres, habría ocurrido algo con su hija, pero Emily, su ex esposa, acaba de confirmar que fue a hacerles una visita de cortesía y se estaban alistando para una salida romántica.

—Pobre Sam… —susurró afligida—. No imagino como debe estar y como se sentirá al saber lo que ese hombre está haciendo.

—No le diré nada al respecto. Está sufriendo demasiado como para echar más leña al fuego. Solo quiero que ese hombre no vuelva a acercarse y desaparezca de nuestras vidas para siempre. Me siento absolutamente decepcionado.

—Pero si no lo sabe, seguirá teniendo esperanzas…

—No hay nada que el tiempo no cure. Además, no sé si Samanta me creería si le hablo mal de ese tipo. Está ciega de amor, no desea aceptar que solo jugó con ella y la dejó cuando se aburrió.

—Comprendo. Cuente conmigo para lo que haga falta y le prometo que haré hasta lo imposible por impedir que se comunique con ella.

—Gracias, Sofi. Sabía que podía confiar en ti.

Se puso de pie con la intención de salir de la oficina.

—Iré a buscar el ordenador a su casa.

Asentí con la cabeza y me puse de pie para caminar hacia el enorme ventanal a mis espaldas.

El vidrio traspiraba por la mezcla de aire frío de fuera y la calefacción de dentro. Fijé mi vista hacia más abajo y los coches bordeaban la gran avenida frente al edificio del Richmond Innovation Group.

En mi afán de darle a Sam todo esto, había descuidado tantas cosas personales y solo me dediqué a tejer para ella una vida que hasta hace poco descubrí, no quería. No le había preguntado nunca nada y siempre di por sentadas las cosas, pero ahora, palpando el fuerte dolor que atravesaba, me sentía un completo fracaso. No había hecho bien las cosas con ella y defraudé por completo a su madre. Era solo mi culpa que Sam tuviera que enfrentarse a un zorro como Rick. Si tan solo no le hubiera propuesto hacer negocios, ni invitado a mi casa, mi pequeña no estaría sufriendo tanto como lo estaba haciendo en estos momentos.

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