Con el corazón a mil y la imborrable imagen de lo que acababa de ver, Ava comenzó a hacerle señas a la conductora, las palabras no querían salir de su garganta, pero al fin pudo decir con aflicción lo que pensaba en forma de una orden bastante pesada para venir de la joven.
—¡Mercy, estaciona aquí, estaciona aquí ahora! —exclamó Ava a la conductora, mientras respiraba fuerte.
La conductora se sobresaltó con la aflicción en la voz de su jefa y dio un frenazo que casi la hace chocar con otro vehículo. Ava se agarró del asiento lo más fuerte posible, pero agradeció que Mercy no le reclamara algo, sino que buscó el lugar propicio donde aparcar.
—En verdad te lo agradezco, Mercy, te mereces una muy buena propina al final del día —elogió Ava a su conductora de pocas palabras—. Espérame aquí, no tardo.
Ava descendió de la limusina y cruzó la puerta de la cafetería, envuelta en una atmósfera rústica y acogedora; jamás había entrado a ese lugar. La madera pulida le daba un toque hogareño y