CAPÍTULO 4 ¿QUIÉN SERÁ?

San Francisco, California.

Vestido de negro, Guillermo de la Vega, observaba a través de sus gafas oscuras, como un par de hombres cubrían con tierra, el feretro en donde reposaban los restos de la mujer quien fuera su esposa. 

Se acercó dando un par de pasos pequeños, presionando la última rosa que sostenía entre sus dedos e inhaló profundo cerrando sus ojos, rememorando las últimas palabras que escuchó de los labios de Iris.

«Gracias por seguir a mi lado, hasta el último momento. Prométeme que buscarás ser feliz».

Abrió sus ojos, y presionó con sus labios, intentando contener el nudo que picaba en su garganta.

—Gracias por todo lo que me diste, descansa en paz —murmuró, dejando caer sobre aquella fría caja, la delicada flor blanca, se giró en su eje y se alejó de todo el mundo, deseaba estar solo, descansar para poder reorganizar su vida.

****

A las orillas de la ciudad.

— ¿Te encuentras bien? —una mujer movió a Isabella al ver que estaba dormida en la entrada de una vieja hacienda.

La joven  se despertó, y miró a la persona que tenía frente a ella.

—Tengo mucho frío —confesó tiritando.

— ¿Qué haces aquí?, ¿pasaste toda la noche aquí? —indagó sorprendida—, en la madrugada hizo mucho frío, la recorrió con su mirada, distinguiendo que la bata que llevaba se veía fina. — ¿Te asaltaron? —preguntó con preocupación.

La mirada de la chica se llenó de lágrimas.

—No —respondió, colocando sus manos sobre su garganta, sintiendo que dolía.

—No tenía a dónde ir —respondió con la voz ronca.

La mujer frunció el ceño, giró para ver hacia los lados, sabía que no era un lugar seguro.

—Acompáñame al cuartito donde me quedo cuando vengo a trabajar. —Señaló hacia el interior.

Isabella se puso de pie y caminó detrás de ella, sintiendo que sus pies ardían, pues la había echado descalza.

Al ingresar observó la cama, una mesa con un par de sillas rústicas de madera, un pequeño refrigerador, y una vieja estufa.

—Tienes suerte de que haya venido, hoy es mi día de descanso, pero olvidé unos documentos —dijo la mujer, quien de inmediato, colocó una pequeña olla con agua en la estufa.

Isabella se abrazó a sí misma, pues el lugar estaba muy frío, además que no tenía ánimo para decir una sola palabra.

—Te ves muy cansada, recuestate —señaló hacia la cama—, ahorita te llevo un té—, anda. —La tomó por el brazo y la guió.

Inhaló profundo y se acomodó, esbozó una tímida sonrisa, al sentir que la cubría con una manta.

—Gracias —expresó con dificultad.

—No hay nada que agradecer —refirió—, hago lo que alguna vez hicieron por mí —sonrió—, el dueño del restaurante, me ayudó al darme este techo y trabajo.

Liberó un par de lágrimas, al escucharla.

—No sé qué es lo que te ocurre, pero te aseguro que todo estará bien.

—No tengo a donde ir, mi esposo me echó de su casa. No sé cómo haré para salir adelante —susurró con desolación.

La mujer acercó una taza de té y una pieza de pan que recién había comprado.

—Dicen que las penas con pan son menos —expresó con ternura—, anda come para que te calientes un poco, te ves muy pálida, estás muy fría. —Tocó sus mejillas.

Con sus manos temblorosas, bebió un par de sorbos pequeños de aquella infusión, haciendo que su cuerpo comenzara a recuperar su temperatura.

—Tengo que irme —expresó la mujer—, hay comida en la nevera, toma lo que desees, veré si puedo conseguirte algo de ropa y un par de zapatos —mencionó—, no le abras a nadie, aunque el lugar es tranquilo, soy muy desconfiada. Mañana que venga el patrón, seguro te encontraremos un trabajo, por lo pronto descansa.

—Gracias, se cubrió con la manta, sintiendo que su cuerpo no dejaba de temblar, por lo que aquella mujer le colocó otra cobija encima.

—Es muy frío el lugar, pero es mejor estar aquí que afuera, en la calle, descansa muchacha, por cierto soy Leonor —dijo antes de salir del pequeño cuarto.

***

Oliver llegó al comedor en donde se encontraban su madre y su hermana desayunando.

—Buenos días, amor, ¿descansaste? —preguntó Victoria.

—No, ¿en dónde está Mason? —preguntó.

—Lo tuvimos que llevar a una clínica, después de… —Miró hacia la servidumbre y no dijo nada—, se quedó internado, tiene un par de fracturas en las costillas —se aclaró la garganta.

—No quiero verlo en la casa —indicó con resentimiento.

Victoria elevó su mentón y lo miró con seriedad.

—Es mi hijo y tiene el mismo derecho de estar en la casa, al igual que tú.

— ¿Vas a permitir que siga bajo el mismo techo después de lo que me hizo?

—Él dice que fue tu mujer la que lo sonsacó, y yo le creo, más vale que olviden lo sucedido y sigan cada uno con sus vidas.

—No puedes hacerme esto —el aludido bramó rabioso.

—La que no debió ponerlos en contra fue ella, ¿a quién se le ocurre meterse con el hermano de su marido? —se mofó—. No me vengas con reclamos, espero que no le des el gusto de que llores, y le des vuelta a la página de una buena vez. Deberías buscarte con quien consolarte. A ninguna mujer le gusta ser reemplazada tan rápido, sería la mejor de las venganzas en contra de esa mujer de cascos ligeros. —Elevó su ceja.

—Pues yo creo que mi hermano la va a olvidar muy rápido, Emma pasó la noche con él, los escuché haciendo ruidos extraños —Larisa carcajeó.

— ¡Cállate! —Oliver la reprendió—, eso que dices no es verdad. —La fulminó con la mirada.

—Esas cosas no se dicen —reprendió Victoria a su hija, mirándola con seriedad—; sin embargo, te agradezco que me informes, parece que mi primogénito, se dará muy pronto una nueva oportunidad con una mujer a su altura.

—Buenos días —Emma apareció y los saludó, tomando asiento para acompañarlos a desayunar.

—Hola, cuñada —Larisa sonrió. — ¿Qué tal dormiste?, si es que lo hiciste.

Las mejillas de la joven se sonrojaron.

—Me quedé solo para darle apoyo a Oliver, necesitaba de una amiga, no dio más detalles de lo sucedido entre ellos. 

—Vaya que lo consolaste muy bien.

—Larisa, ya cierra la boca. —Oliver golpeó la mesa y se puso de pie—, se me fue el apetito, las veo más tarde.

—Ves lo que ocasionas con tus imprudencias —la regañó su madre—. No olvides lo que hablamos de tu hermano —Victoria manifestó.

Oliver salió hacia el jardín, sintiendo como el aire golpeaba su cuerpo, su mirada se cristalizó al recordar que había echado a Isabella a la intemperie sin ninguna contemplación, su corazón se agitó y se llenó de una gran preocupación, al no tener la menor idea de cómo estaría.

***

Semanas después.

Isabella logró quedarse en aquel humilde cuarto, comenzó a trabajar con Leonor en la limpieza de la hacienda-restaurante. Sentada sobre aquella vieja cama, sus ojos se abrieron de par en par al ver el resultado de la prueba de embarazo que sostenía. Varias lágrimas rodaron por sus mejillas. Deseó con todo su corazón que Oliver fuera el padre de aquel hijo que estaba esperando.

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