CAPÍTULO 5. YO PAGARÉ

Dos años  y medio después.

Isabella tomó el líquido para limpiar y lo roció sobre el enorme muro de cristal y comenzó a trabajar. Desde el tercer piso donde se encontraba, observó salir del ascensor a varios caballeros que portaban costosos trajes, no pudo evitar seguirlos con su mirada.

—Son muy atractivos, ¿verdad? 

Giró su rostro al escuchar aquella voz, y sonrió.

—No los veía por eso —respondió a la chica que se acercó a espiarlos.

— Y entonces ¿por qué lo haces? —elevó su mentón al verla.

—Me preguntaba ¿con quién de los tres me podré entrevistar? —la miró a los ojos—, deseo un ascenso —sonrió.

La joven recepcionista carcajeó.

—Pensé que te gustaba alguno de ellos —expresó suspirando—, ellos son socios importantes —mencionó—, lamentablemente no se encuentra el director ahí. Debo aclararte algo importante, el CEO está apartado para mí —bromeó—, y… para todas ellas. —Señaló a las chicas que veían hacia dónde se dirigía, buscándolo.

Isabella frunció el ceño, llevaba un año trabajando ahí y no había tenido interés por conocerlo, pero ya había solicitado en Recursos Humanos una oportunidad, y no había tenido éxito, por lo que ahora le tocaba ir más alto, tenía un poderoso motivo para no estancarse, estaba decidida a no darse por vencida.

—Tengo que continuar con mis actividades. —Señaló hacia el equipo de limpieza que arrastraba, tomó su móvil al observar que tenía una llamada:

— ¿Sucede algo? —indagó al ver que se trataba de la mujer que cuidaba de su hija.

—La niña, no se vé bien, pareciera que no puede respirar bien, tienes que venir —solicitó.

Isabella, sintió como si una cubetada de agua helada le cayera encima.

—Voy para allá —expresó con angustia y salió corriendo.

***

Mason ingresó al despacho y cerró la puerta, su mirada aceitunada, se fijó en su madre quien ya lo esperaba.

—Toma asiento —ordenó Victoria.

El joven se acercó hacia una de las sillas de cuero color chocolate.

—En un rato, tengo una junta importante, solo vine a comer de prisa ¿no podías esperar para vernos más tarde? —reclamó acomodando su jersey antes de sentarse.

— ¿Qué razón me tienes sobre esa mujer? —Victoria indagó—, ahora que tu hermano por fin está más estable, no me gustaría que esa…, se apareciera reclamando algo que no le corresponde.

—No te preocupes. —Ladeó los labios—, hace un tiempo que perdió todo derecho a la fortuna de nuestra familia, lo sabes bien la demandamos por abandono de hogar, además de infidelidad. Mi hermano quedó en libertad y oficialmente, ya puede hacer su vida con quien quiera.

— ¿Por fin están divorciados? —indagó con curiosidad.

El joven movió la cabeza afirmando.

—Así es —respondió—, no sé porqué se tardó tanto en tomar esa decisión—, le entregó una carpeta.

Victoria acomodó sus gafas, sonrió al ver que se trataba del acta de divorcio de su hijo.

—Es muy simple, porque no ha podido olvidarse de ella. Me tranquiliza saber que ya no hay nada que los mantenga atados.

Mason tomó un bolígrafo y comenzó a jugar, presionando el botón una y otra vez.

— ¿Ocurre algo? —preguntó Victoria. 

—No, nada. —Sacudió su cabeza y se puso de pie—. Tengo que irme, hay cosas que tengo que hacer en la oficina, van a mostrarme las propuestas para nuestra nueva imagen. Nos vemos en la noche —se despidió de su madre.

—En un rato me doy una vuelta, también quiero dar el visto nuevo —indicó.

Mason se dirigió hacia la cochera, antes de subir a su auto deportivo sacó su móvil y leyó el reporte del investigador:

—La chica es más lista de lo que parece, no permanece en un sitio fijo, en la documentación, se anexa el acta de nacimiento de una menor, registrada como su hija, con el nombre de: María Rodríguez.

—No puedo permitir que te encuentren, si te presentas de nuevo, seguramente mi hermanos enloquecerá, a menos que… —Presionó con fuerza sus puños y su mirada se ensombreció.

—Me están informando que hay una mujer en un hospital con las características de la señora, llevaré a mis hombres para investigar, lo mantendré informado.

—Sigue buscándola.

***

Guillermo caminaba cerca de la recepción, debido a que uno de sus mejores amigos se encontraba internado, en ese momento, observó que ingresaba una joven con el rostro desencajado, corriendo sosteniendo a una pequeña entre sus brazos.

— ¡Ayuda! —la chica gritó—, por favor, algo le sucede a mi hija, respira con dificultad —expresó llena de miedo.

Memo giró su rostro y se dio cuenta que no se acercaban para ayudarla. De inmediato se acercó a ella y tomó entre sus brazos a la pequeña y se movilizó hacia la sala de urgencias médicas.

— ¡Un médico! —gritó al darse cuenta que la piel de aquella niña, comenzaba a cambiar de color.

Unos de los especialistas corrió e indicó en dónde recostar a la pequeña.

— ¿Tiene alguna alergia o padece alguna enfermedad respiratoria? —preguntó a la chica.

La joven se quedó pensativa.

—No lo sé —respondió ya que estaba tan asustada, que no podía pensar con claridad.

Al comenzar a revisar se dio cuenta que las vías respiratorias estaban inflamadas.

— Traigan epinefrina —gritó a una de las enfermeras. — ¿Tiene alguna alergia? —volvió a preguntar.

—Sí a las nueces —respondió con rapidez y se quedó pensativa—, estaba en casa de una vecina, pudo haberlas comido —comentó recordando haber visto una bolsa sobre la mesa.

— ¿Cómo se llama la niña? —preguntó.

—María —respondió con nerviosismo la muchacha.

—Vas a estar bien María —el médico refirió después de aplicarle el medicamento, esperando a que le hiciera efecto.

—Gracias —ella expresó, y comenzó a ver que el pecho y el estómago de su hija, comenzaba a inflarse con mayor fuerza, en señal que respiraba mejor.

— ¿Cuál es su nombre señora? —preguntó una joven que se acercó de la recepción.

—Isabella Rodríguez —contestó la chica limpiando sus lágrimas. — ¿Qué edad tiene su hija? —preguntó.

—Casi dos años —respondió.

—En cuanto su niña se sienta mejor, la espero en la recepción para hablar sobre su forma de pago.

La joven separó los labios al escucharla, presionó con fuerza sus manos, llena de nerviosismo, pues era fin de quincena, había pagado el alquiler y comprado víveres, que ya no tenía ni un centavo.

—Enseguida voy —se aclaró la voz.

Con discreción Guillermo recorrió a la joven, distinguiendo el uniforme que correspondía al personal de limpieza, pues llevaba el logotipo, y el nombre de la empresa: Blusa con cuello V  y pantalón recto en color azul rey.

Isabella dio un beso en la frente a su pequeña y salió para hablar con la recepcionista, e intentar llegar a un acuerdo.

En cuanto la mujer la observó, sacó las hojas de pago.

—¿Efectivo o tarjeta? —cuestionó.

Tomó las  hojas de pago, entonces abrió los ojos de par en par al ver la cantidad, solo había estado un par de horas y le estaban cobrando hasta por el aire que respiraba. Era el precio por haber asistido a uno de los mejores hospitales de la ciudad.

—La verdad es que no tengo como pagar, en este momento. —Su rostro se puso rojo como un tomate de la vergüenza.

— ¿Si no tiene cómo pagar, por qué vino a este hospital? —la mujer la fulminó con la mirada, tomó el teléfono—, sabe que puedo hacer que la detengan, por incumplimiento de pago —amenazó.

—No, por favor, no lo haga. —Alzó la voz rogando—, deme unos días, y les pagaré lo prometo—, si llegué hasta aquí, es porque era el hospital más cercano, tuve miedo que mi hija no resistiera —su voz se fragmentó.

—Este no es un lugar de beneficencia —indicó la mujer—, desde que la vi llegar, supe que era una muerta de hambre, ¿por qué cree que nadie corrió a auxiliarla?

—Yo pagaré la cuenta.

La gruesa voz de aquel hombre, llamó la atención de ambas, enmudeciendo al instante.

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