—Como había vivido en Siers, por supuesto no sientes miedo, señorita.
El hombre que la capturó tomó el bolso de Juliana y le ató las manos con algo suave pero frío.
—Lo siento, señorita Román. Somos secuestradores profesional, no podemos acceder su súplica. Por favor, no se mueva ahora, no le lastim