Rafael frunció el ceño.
—Juliana, ¿qué estás haciendo?
En la oscuridad no se podía ver exactamente qué estaba haciendo, pero la luz de la luna reveló la afilada hoja de la daga descansando en su delicado cuello, con un leve brillo de sangre. Si alguien estuviera del otro lado con una mirada más agud