Juliana simplemente ignoró lo que Cayetana dijo como si fueran tonterías incomprensibles, y tomó la avena caliente de las manos de Fabiola, agradeciéndole con una sonrisa cortés:
—Gracias, tía.
Fabiola hizo un gesto con la mano, diciendo:
—No hay de qué, Feliciana. Si no hay suficientes empanadas,