Capítulo 11

Tras finalizar la fiesta de navidad todo había estado muy tranquilo, los días pasaron desapercibidos como en una burbuja que aislaba los pensamientos de todos y solo quedaba esperar el gran evento del año.

Esa mañana se encontraban los tres miembros de la familia Mendoza desayunando en la terraza, el clima era agradable y fresco, Alberto escuchaba embelesado a su esposa hablar sobre la fiesta de esa noche, se esmeraba tanto para que todo quedara bien... El reconocía su labor y todo lo que le había ayudado en sus negocios con aquellas fiestas y "pequeñas reuniones sociales" como les decía ella, en las que había consolidado productivas sociedades en varias oportunidades, Gabriel no le prestaba tanta atención puesto que no tenía el mayor interés.

—Ah... Por cierto —dijo Inés—. Tengo que reconocer que Elena me ayudó mucho este año, ¡es una niña maravillosa!

—Sí —agregó Alberto—. Maravillosa y hermosa, aparte inteligente y hábil en su trabajo, su padre tiene muchos planes para ella creo que tiene pensado enviarla a Londres una temporada para ocuparse de unos negocios que tiene allá.

Al escuchar que Elena podía irse Gabriel prestó más atención a la conversación de sus padres, sin saber por qué, se sintió algo incomodo por la idea.

—¿En serio? —preguntó Inés en tono de preocupación—. No quisiera que se fuera, me encariñe mucho con ella. No me gustaría que se aleje, es una niña perfecta.

—La verdad es que es difícil encontrarle los defectos —agregó Alberto pensativo mientras Gabriel seguía sin decir palabra—. Una mujer así sería una bendición para cualquier familia con un hijo en edad de matrimonio —pensó Alberto sin darse cuenta de que narraba sus pensamientos en voz alta.

—Comprendo perfectamente tu indirecta —respondió Gabriel muy serio con los ojos directos a los de su padre—. Y te agradezco la sugerencia, pero de verdad que el papel de casamentero no te va. Si quisiera una esposa me la buscaría yo mismo. Además, que estoy muy bien como estoy.

—Hijo... —intervino Inés— Tu padre tiene razón, sería un matrimonio perfecto... Perfecto en todos los sentidos si te pones a pensarlo. ¡Si piensas en el futuro no habría mejor esposa para ti que Elena!

—Creo que los dos están locos —dijo Gabriel con su fría actitud de siempre, desestimando así las palabras de sus padres—. Ni hablar del tema. ¡Parecen gente de hace doscientos años tratando de arreglar un matrimonio por conveniencia! Reconozco que Elena es hermosa, inteligente... Pero a mí me gustan las mujeres de verdad, las que llevan fuego en las venas, no las muñecas de porcelana, ténganlo en cuenta para la próxima.

—¡No creo que no te guste Elena! —exclamó Inés a su hijo incrédula.

—Dije que es hermosa, pero aun así le falta algo que a mí me atrae de las mujeres que se llama pasión. Ella es perfecta sí, pero le falta... Experiencia quizá, es muy joven y nunca me han gustado las niñas de papá.

—Pues debería gustarte... —dijo Alberto casi molesto—. Experiencia ¡JA!, que excusa tan tonta, Gabriel. ¡Para experimentado tú, Elena es perfecta para ti y para cualquier hombre con dos dedos de frente! —indicó con ojos como platos.

—Exacto, no lo niego, pero es perfecta para ustedes y para cualquier hombre con dos dedos de frente como tú bien dices, pero no para mí. A mí me gustan las mujeres hechas y derechas que no tengan que pedir permiso para tomar decisiones. Además, ¿de dónde salió este tema? No me quiero atar la vida a nadie y menos por obligación. -sentenció incómodo.

—Por favor... Basta —interrumpió Inés— no vamos a discutir por algo que ni siquiera existe. Además, no creo que a Elena le gustes tú... Y pensándolo bien, por mucho que ella te convenga como esposa creo que tú a ella no le convienes para nada... No. ¡Mejor aléjate de ella lo más que puedas!

Gabriel y Alberto rieron con ganas del comentario de Inés dando por terminado el tema. Seguirían hablando de la fiesta que se daría esa noche por fin de año.

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