Diego parecía estar entusiasmado con este juego y preguntó con interés: —Entonces, Vanessa, joven y talentosa, ¿está casada?
Clara lo miró de reojo y respondió: —El sabio no se enamora.
Yolanda se quedó perpleja. ¿No había venido Diego a verla? ¿Por qué le importaba si una mujer desconocida se casaba o no?
Pero después de que Diego la ignorara durante tanto tiempo, ella no se atrevía a hacer nada que lo disgustara, así que habló con cautela: —Diego...
Fue entonces cuando Diego recordó que había venido bajo el pretexto de ver a Yolanda, y ahora dirigió su mirada hacia ella.
Después de unos años, Yolanda parecía mucho más delgada, pálida y enfermiza. Sentada en la silla de ruedas, lo miraba con ojos suplicantes.
Si en el pasado, habría sentido compasión por ella debido a Rafael, ahora, al recordar el sufrimiento pasado de Clara, no sentía ni una pizca de compasión. Solo le preguntó fríamente: —Hace mucho tiempo que no nos vemos, ¿cómo has estado?
¿Cómo había estado? Su vida podría descri