CAPÍTULO CIENTO DIEZ
—Ada no pasa nada —dijo Aiden y se acercó a ella. Elian la soltó de la manito y la pequeña niña comenzó hacer pucheros y a refregarse los ojos cuando las primeras lágrimas se deslizaron por sus mejillas gorditas.
Aiden se agachó hasta su altura y la atrajo a su pecho. Luego le sobo su espaldita.
—Es normal que con mamá a veces expresemos nuestras diferencias —intentó explicarle, pero Ada solo lloró con mayor fuerza. Él la cargo en sus brazos y besó su frente—. Ya mi pequeña —la consoló—. Con mamá no vamos a volver a pelear ni a gritarnos. ¿De acuerdo?
Ella asintió y luego se abrazó al cuello de Aiden.
Emily se tranquilizó como pudo, pensando que era justo el ejemplo que no quería darle a sus mellizos. Respiró profundo y cuando estuvo serena, se acercó al lado de Aiden y se puso detrás de su espalda ancha y musculosa.
—No va a volver a ocurrir —prometió ella tomando la mano de Ada.
—¿Lo plometes?
—Lo prometo mi pequeña —Y Emily besó el dorso de su hija.
En tanto