Capítulo 4

La consecuencia de ello fue que la mayor parte de aquellos pacientes eran ya resistentes a muchos antibióticos con lo que su curación resultaba cada vez más complicada.

-En Lesteril hay muchos matrimonios entre gente de la misma sangre -señaló Harry.

-Entres otras cosas porque nadie se casaría con ellos -dijo Martin con una crueldad que desgraciadamente se atenía a la realidad de aquel pueblo. 

Micah se había mantenido en silencio durante aquella parte de la conversación, pero Ruth tuvo la sensación de que escuchaba y tomaba notas. 

-Es una observación interesante -dijo ella-. Quizás los problemas de nuestros pacientes de Lesteril procedan de esa consanguinidad.

-Si se contrastan las historias de los diferentes pacientes en los últimos cincuenta años, podríamos obtener resultados sorprendentes -explicó Micah -Martin guiñó un ojo a Ruth. 

-Tenemos un super ordenador en el vestíbulo; y se llama Mary; le preguntaré a ver qué opina. 

-No hagas eso -replicó Haryy-. Creo que tus palabras son acertadas, Micah, pero habrá que esperar a que la consulta se encuentre informatizada. 

-Era sólo una sugerencia -observó Micah. 

Harry pareció dedicarle unos instantes de reflexión y tomó nota en su agenda. 

-Ruth -dijo después-, te importaría ir a la granja de High Walls para ver cómo está el viejo George Miller?

-En absoluto -dijo ella solícita-. Siempre me alegra ver a George. ¿Está peor del corazón? 

-No es algo que se sepa oficialmente. Me encontré con su hijo, el joven George, en el mercado el sábado. Dijo que su padre se encontraba tan torpe como siempre, pero que por fin nos ha hecho caso con lo que dijimos que hiciera: tomarse las cosas con calma. Eso es lo que me preocupa. 

-Sé a que te refieres. 

-Hazle una visita rápida y, por cierto, ¿por qué no te llevas a Micah contigo? Puedes enseñarle así dónde viven nuestros pacientes más alejados. 

El corazón de Ruth dio un vuelco, pero se alegró de llevarse a Micah para poder enseñarle los alrededores. 

-¿Te gustaría salir al verdadero campo? -preguntó ella con cierta timidez. 

-Me encantaría, claro -respondió él inmutable-. ¿Nos vamos ya?

-Y Ruth -dijo Harry mientras salían-, si la señora Miller te da una caja de huevos, me gustaría quedarme con la mitad. 

-La medicina del campo -señaló Ruth-, a veces tiene estas ventajas.

Micah sugirió que fueran en su todoterreno y Ruth aceptó encantada de poder subir a un vehículo tan sotisficado. Le dio las llaves para que ella fuera abriendo mientras él recogía su maletín. 

Por dentro, el Land Rover era lujoso. Se sentó en el asiento del copiloto y sintió una comodidad que en nada podía compararse a la de su viejo Ford Escort. Junto al complejo equipo de música, había un lugar en el que guardaba varias cintas. Se inclinó con curiosidad para ver qué tipo de música llevaba, pero en aquel instante, oyó el ruido de la puerta y alzó la vista desconcertada. 

Micah no pareció molestarse por haberla encontrado curioseando sus cintas, sino más bien al contrario, parecía complacido de que mostrara interés.

-Toma una cinta -dijo él cuando ya se alejaban de la consulta-. Espero que haya alguna de tu gusto -Ruth sacudió la cabeza. 

-Todavía no he visto ninguna; la verdad es que quería ver qué música te gustaba. Si se puede conocer a una persona por los libros que tiene en casa, ocurre lo mismo con la música -él se echo a reír.

-¿Eso te funciona siempre? Quiero decir, ¿es una técnica de diagnóstico fiable? 

-Bueno, el coche de Martin está lleno de cintas de cuentos, pero es por sus hijos -explicó-. Vamos, al menos eso creo -ambos se echaron a reír. 

-Echa un vistazo; las he escogido todas yo a mi gusto. 

-De acuerdo. 

Ruth pasó revista a las cintas y advirtió que todas eran grabaciones muy selectas de los clásicos, por lo que dedujo que Micah elegía sus cintas cuidadosamente. 

-¿Y bien? -preguntó él-. Su conclusión, doctora. 

-No hay duda. Tienes cintas de Morzat, hay algo de Bach y de Beethoven, pero también tenemos una colección de Sinatra y de Eartha Kitt. Tienes una doble personalidad; yo diría que eres esquizoide- Micah se echó a reír otra vez. 

-Hay veces que sólo se puede escuchar Sinatra. 

Continuaron charlando animadamente mientras recorrían carreteras de segundo orden en dirección norte. Micah conducía el todoterreno con rapidez y Ruth se asustó al oír que las ruedas rechinaban en las curvas. 

-¿Te importaría conducir más despacio? -preguntó con cautela-. No estoy acostumbrada a esta velocidad.

-Conduzco con mucha prudencia -dijo él-, pero te haré caso. Por cierto, Ruth, ¿has vivido aquí toda tu vida? -aquella fue la primera vez en que la llamó por su nombre y se sorprendió. 

-Toda mi vida, a excepción de los años que pasé en Londres estudiando -señaló-m y mis antepasados vivieron aquí también.

Durantes unos instantes Micah apartó la vista de la carretera para mirarla y Ruth se sintió complacida de advertir que la contemplaba con cierta admiración. 

-He estado leyendo algo de la historia local; los vikingos fueron los primos en establecerse, aunque Bannick esté bastante alejada del mar. Creo que puedo notar algo de los vikingos en ti. Esos pómulos altos... son maravillosos. 

Ruth sintió que el corazón le daba un vuelco. Nadie en Bannick había pronunciado aquel adjetivo refiriéndose a ella y, de pronto, sintió que aquella amistada, o lo que fuese, estaba yendo demasiado rápido. 

-¿Por qué querías trabajar en el campo, Micah? -preguntó consciente de que aquella también era la primera vez en que ella pronunciaba su nombre-. Tienes buenas referencias del médico de Londres y has vivido allí toda tu vida. 

-¿Has mirado mis referencias? -preguntó sorprendido. 

-Soy socia de la consulta, así que no tenía más remedio que hacerlo. 

Aunque él no dijo nada, Ruth tuvo la sensación de que a Micah no le había gustado que ella se enterara de sus antecedentes profesionales, si bien cuando respondió su voz aparentaba absoluta normalidad. 

-Cuando era pequeño, mi tía Molly solía llevarme al pueblo en el que ella había nacido. Estaba en Weald y se me han quedado grabados en la memoria los prados llenos de flores, los cielos azules y la paz que se respiraba allí. Desde entonces supe que viviría en algún lugar parecido -explicó-. Es algo muy personal. Creo que Londres está lleno de gente y que ña vida demasiado deprisa. A más de la mitad de mis pacientes los he visto sólo una vez. No había ocasión de establecer relaciones estrechas y yo quiero trabajar en un sitio en el que pueda conocer a la gente. 

-Conocer a la gente es un arma de doble filo -señaló ella-. La gente también llega a conocerte a ti -señaló y el todoterreno se desvió para no llevarse a un clclista por delante-. ¿Ves? Ese de la bicicleta es Albert Day y le encanta el cotilleo. Esta noche alguien en el pueblo me preguntará con quién he salido hoy. En el campo todo el mundo comenta sobre la vida de los demás. 

-¿Así que no puedes soltarte el pelo cuando quieras? -Ruth se preguntó por qué le habría preguntado aquello. 

-Eso no me preocupa -dijo-. No quiero ni tengo necesidad de soltármelo -señaló y advirtió que él sonreía-. ¿Puedo poner una cinta? -añadió para cambiar de conversación. 

-La que quieras. 

Una melodía de Beethoven sonó en el interior del Land Rover y Ruth observó que a Micah le gustaba el paisaje, pues solía desviar la vista de la carretera para fijarse en los montes que la rodeaban. 

-Aquello es Ferris Ring -explicó ella señalando hacia un lateral-. Se llama así porque si lo recorres acabas casi donde has empezado. Las vistas que hay en la cumbre son espléndidas y tan sólo está una hora y media de caminata. 

-Me encantaría dar ese paseo alguna vez. ¿Sueles salir a caminar, Ruth? -ella se puso a la defensiva. 

-Sólo cuando tengo tiempo, pero siempre suelo tener algo urgente que hacer y nunca puedo. 

-Comprendo. 

Se acercaban ya a la granja de High Walls y Micah torció en el camino que llevaba hasta el edificio. 

-Mi pequeño Ford sólo puede recorrer este camino cuando el pavimento está seco -dijo ella-. En invierno tengo que ponerme las botas de agua y hacerlo a pie. 

-Pues veamos lo que puede hacer esta máquina maravillosa -señaló él y el vehículo avanzó por el camino embarrado con facilidad. 

-Pareces muy competente -dijo ella con cierta aprensión al ver que todo el coche se balanceaba.  

-Cuando lo compré hice un curso de conducción a campo través. Creí que sería útil, aunque no formara parte de la profesión de un médico. 

Por fin, llegaron frente a la granja y, antes de entrar, Ruth puso al corriente a Micah sobre quién era George Miller. Como muchas veces ocurría con los pacientes, el conocer el entorno familiar era tan importante como los detalles del médicos. 

-Esta granja ha sido de la familia de George durante años. George nació aquí y dice que tiene intención de morir aquí también. Trabaja dieciocho horas al día y ha conseguido que la granja funcione. Hace dos años sufrió un ataque al corazón, pero conseguimos que llegara vivo al hospital, pero... bueno, ¿qué le dirías tú? -Micah respondió rápidamente. 

-Que si quiere seguir viviendo, tendría que cambiar su vida. 

-Exacto. De hecho el hijo mayor es el que lleva ahora la granja, pero el problema ha surgido cuando hemos visto que George ha perdido el interés. 

Nada más llegar fueron invitados por la señora Miller a tomar un té y tuvieron que aceptar. Después pasaron al salón y vieron a George sentado junto al fuego. Ruth adivinó que algo iba mal. 

-Buenos días, George. Este es el doctor North. Está trabajando con nosotros. ¿Cómo estás hoy? 

-La pequeña Ruth Applegarth -dijo George sin hacer caso a la pregunta-. Las mujeres no debían ser médicos -señaló mirando a Micah-. Usted no es de por aquí, ¿verdad? 

-No; soy de Londres, nací y me críe allí. 

-Ya y ha venido aquí para trabajar con la gente simple, ¿no? 

Micah sonrió sin haberse ofendido por su tono irónico. 

-Si ustedes son simples, yo sé mucho sobre ganadería -bromeó. 

-¿Y qué sabe usted de ganadería? 

-Nada, claro. ¿Cree que puede tumbarse en la cama para que le hagamos un reconocimiento? 

-No me gusta que me toqueteen -dijo George aunque se puso en pie y se dirigió a su dormitorio. 

Ruth y Micah auscultaron el pecho de George y Ruth se encargo de hacerle una revisión rápida pero completa. No pudieron encontrar nada, pero George no se encontraba bien y era obvio. 

-George, tu hijo nos ha dicho que no andas muy bien últimamente -dijo ella. 

-Estoy haciendo lo que me has dicho que haga. ¿Qué más quieres? 

-¿No te duele ninguna otra cosa? ¿No tienes molestias de ningún tipo? 

-¡Ya te he dicho que me encuentro bien! 

Tanto Ruth como Micah advirtieron una sutil vacilación en la voz del anciano. Sin embargo, mientras lo miraba a la cara, Ruth se dio cuenta de que nunca podría hacerle decir lo que le ocurría. 

-¿Por qué no vas a la cocina a ver cómo anda la señora Miller con el té? -preguntó Micah-. A lo mejor a George le apatece un poco. 

Ruth se quedó atónita ante aquellas palabras. Aquel hombre era un aprendiz y ya parecía tratarla como si la aprediz fuera ella. No iba a discutir sobre aquel particular delante de un paciente, pero a Micah North más le valía entender quién era la que llevaba la voz cantante en las visitas. 

-No me importaría tomarme una taza de té, Ruth -dijo George. 

Ruth miró a Micah y salí de la habitación. Cuando volvió, detrás de la señora Miller, que llevaba la bandeja con el té, Micah le tendió una hoja de papel.

-Esto es lo que yo recetaría, doctora. ¿Estás de acuerdo? 

Tratando de ocultar su enfado, Ruth leyó. <<Fluoxetine>>. De súbito, pensó en cómo no se había dado ella cuenta. No tenía nada que ver con el corazón. Lo que aquel anciano sufría era una depresión fuerte y Micah era el que había percatado y el que había tenido el sentido común de advertir que George no confesaría semejante estado a una mujer a la que conocía desde que era una niña y a la que consideraba poco menos que una colegiala. Ruth se sintió como una estúpida. 

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