Me quedo pegado en mis pensamientos que no escucho que Leo me está hablando, hasta que coloca sus manos en mi cara y me habla fuerte.
—Tierra llamando a Di Rossi —me devuelve a la realidad Leo—. Jefe, debo confirmar la banquetera para el sábado.
—¿A qué hora es la cita con el banquetero?
— A las diez — respode diligente, revisaando su Tablet.
—Si quieres te ayudo, que no coma carne no quiere decir que no conozca los gusto de cierta personita — me responde mi hermana y la miro alzando una ceja y sonriendo de forma pícara.
—¿Tu esposo sabe que en secreto te amo? — Leo se sonroja y Val se ríe, le gusta picarme, pues a mí también.
— No es necesario, ya sabes que Ethan no es celoso.
—Mentirosa, pero acepto. — ahora soy yo el que río, cuando conocí al doctor Ethan Scott y supo que era un amigo de la infancia de las, en ese entonces hermanas Soré, ya tenía hecho el hoyo en el patio de su casa y mi obituario completamente escrito en el New York Post.
— Ya, Sciocco ¿Quieres que te acompañe o no?
— Ya te dije que sí y deja de llamarme Sciocco. Sofía, ¿cómo aguantas a la loca de tu madre?
— Ciocco…
— Ves. Hasta ella sabe que lo eres.
— Ja. Ja. No digas esas palabras Principessa, son muy feas.
— Ja, ja, ja. Vale Ciocco —la risa contagiosa de mi mini fatina inunda el lugar y volvemos a lo nuestro. Terminamos el café y aunque siento que Val quiere decirme muchas cosas, se las guarda, puede ser por el hecho de que esté Leo con nosotros o porque simplemente no quiere echarme a perder la ilusión. Y, de verdad la entiendo, cualquier cosa que tenga que ver con mi fatina es un tema serio. Cuando estamos por retomar la conversación suena el golpeteo en la puerta y la pazza de Gibson vuelve a aparecer en mi oficina, ¡dios! Es un verdadero incordio.
— Perdón, Enzo—la miro mal, sabe que no me gusta que me llamen por mi nombre y hasta el día de hoy no entiende —. Señor Di Rossi, ya estoy lista para ir a la revisión del menú con la banquetera.
— No será necesaria señorita…—Val se las está buscando—¿Cuál era su nombre?
— Gibson, Serena Gibson.
— Eso, como le decía, no es necesario. Sophia y yo acompañaremos a “Encito”— ¿Ya les dije que le gusta molestar? y ver la cara de Gibson me saca varias carcajadas que estoy intentando aguantar ya casi sin disimulo. Esto sí que no tiene precio —es lo menos que puedo hacer siendo de la familia.
— Ya oíste a la señora Scott, gracias y sigue con la restauración del Picasso, Gibson. —digo a ver si por fin se va y nos deja en paz.
— Entiendo, señor… Una última pregunta.
— Dime.
— ¿Ya decidió de qué color serán su corbata y pañuelo para combinar mi atuendo? —Val, alza una ceja y sé lo que está pensando, así que no me demoro en contestar.
— No te preocupes por eso, Gibson. Este año no requiero que seas mi acompañante — veo la furia en sus ojos y como retuerce sus manos, pero no me importa y me preocupo de otra más relevante — . A propósito, Val. ¿nuestra madre vendrá esta vez?
— Mmm. no lo sé, pero Leo — mi asistente la mira muy concentrado — puedes revisar si la familia Scott Soré está confirmada — ¡dios! Esta mujer ya tomó las riendas de mí negocio, pero qué me espero de una hija de Blue Soré, ahora Scott.
— Ustedes son un verdadero caso, los SS me marean. — refunfuño en son de molestia.
— Scio… Scott Soré y la boca te queda ahí mismo.
— Ya, ya, lo sé todo se queda en familia, parecemos de la mafia Siciliana.
La risa de Val, nuevamente inunda mii oficina y mi sobrina nos mira como si estuvieramos locos, pobre Sophia, algún día nos va a odiar por como somos.
— Por eso te quiero hermanito.
— Y bien, ¿Leo?
— Señor, todos los Scott confirmaron su asistencia.
— ¿A qué te refieres con todos?— pregunta Val y ya estoy cayendo en lo que está diciendo mi asistente, lo que no me está gustando para nada.
— A todos — dice moviendo sus cejas dando a entender que ese pazzo estará también esa noche.
— ¡Dios! Necesito una Aspirina. — se queja Val y con justa razón, creo que ninguno lo tenia ni en sus mejores pensamientos.
— Esto es más preocupante que lo que estábamos pensando, Val.
— Lo sé, mejor vamos al bendito lugar donde habrá mucha azúcar para mí y Sofía, por supuesto.
— ¡Azuca! — exclama mi mini fatina y me abraza dándome un sonoro beso.
— Le avisaré a Gio para que prepare el auto. —nos dice Leo, mientras Gibson aún está de pie haciendo nada — Vamos Nefertari, aquí nadie nos necesita.
— ¿Eh? Sí, lo siento. Entonces nos vemos más tarde, iré a ver la restauración del Picasso.
— Para eso te pagan querida. — responde Val, repito, esta mujer es de temer. A Gibson no le quedó de otra que salir del lugar y yo, nuevamente niego a las palabras de mi hermana.
— Eres una bruja en potencia mujer — se encoge de hombros y me da una bella sonrisa, pero veo molestia en su semblante.
— ¿Sabes algo, Enzo?
— Aunque no quiera saberlo me lo dirás ¿no?
— Ajá, pero todo esto del regreso de Alma me da mala espina.
— Creo que a mí también, pero te prometo que la protegeré, incluso con mi vida.
— Aww, tan bello. Te agradezco que en estos momentos estés aquí, no sabes la tranquilidad que esto me pone.
Salimos hacia el vestíbulo del museo y todo el mundo nos mira extraño. Debe ser porque llevo a la pequeña Sofía en mis brazos y Val me lleva tomado.
Esta es mi verdadera familia y las amo infinitamente, como le dije a Val soy capaz hasta de dar mi vida por ellas.