Me quedo pegado en mis pensamientos que no escucho que Leo me está hablando, hasta que coloca sus manos en mi cara y me habla fuerte.
—Tierra llamando a Di Rossi —me devuelve a la realidad Leo—. Jefe, debo confirmar la banquetera para el sábado.
—¿A qué hora es la cita con el banquetero?
— A las diez — respode diligente, revisaando su Tablet.
—Si quieres te ayudo, que no coma carne no quiere decir que no conozca los gusto de cierta personita — me responde mi hermana y la miro alzando una ceja y sonriendo de forma pícara.
—¿Tu esposo sabe que en secreto te amo? — Leo se sonroja y Val se ríe, le gusta picarme, pues a mí también.
— No es necesario, ya sabes que Ethan no es celoso.
—Mentirosa, pero acepto. — ahora soy yo el que río, cuando conocí al doctor Ethan Scott y supo que era un amigo de la infancia de las, en ese entonces hermanas Soré, ya tenía hecho el hoyo en el patio de su casa y mi obituario completamente escrito en el New York Post.
— Ya, Sciocco ¿Quieres que te acompañe o n