Capítulo 34.

Narra Koda.

El bosque estaba en calma, la luz de la luna bañando cada hoja y cada rama con un resplandor plateado que parecía elevar el paisaje nocturno a algo mágico y etéreo. Yo, Koda, con Kenay aún resonando en las sombras de mi ser, caminaba por este santuario de paz, sintiendo cómo la frescura del aire nocturno limpiaba los últimos vestigios de conflicto que habían asolado mi alma.

Mi mente estaba tranquila, una tranquilidad que no había experimentado en años, quizás nunca. Desde que Kenay y yo nos habíamos reconciliado, una nueva comprensión había florecido dentro de mí, una comprensión que me permitía ver más allá del lobo furioso y el hombre confundido que una vez fui. Ahora, ambos éramos uno, integrados y completos, navegando juntos en esta existencia.

Mientras mis pasos me llevaban sin rumbo fijo a través del bosque, una parte de mí, la parte que aún latía con el corazón de un lobo, sentía algo más que la serenidad de la noche. Había una pulsión, un tirón hacia algo... o alg
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