CAPITULO 2

Miro y trato de entender lo que el profesor de Sociología está anotando en la pizarra y de inmediato lo copio en mi cuaderno para así tener notas sobre la clase y dar un excelente parcial. O esa es la intención. Estoy en la universidad y por poco que llego tarde. Tengo un hambre feroz porque no pude desayunar en casa por haberme despertado mucho después de lo que mi alarma humana lo hizo.

Tuve que salir tan deprisa que si me ponía a hacer comida sabía que no iba a llegar a la universidad y tenía que hacerlo, esta clase es importante. Estamos estudiando el funcionamiento de la sociedad y cómo ha cambiado a lo largo de los años y por qué esto afecta a los individuos tanto emocional como físicamente. Es un tema que me emociona muchísimo.

Escucho unos resoplidos de mis compañeros y sé que la clase terminó. Puedo ver un reflejo del profesor mientras sale del aula, dejando la pizarra llena de nombres de famosos sociólogos que debemos saber e investigar para la otra clase porque, según él, tendremos un pequeño debate sobre ellos.

Cuando termino de anotar, empiezo a guardar mis cosas dentro del bolso de clases. Bajaré un momento a la cafetería para comprar algo para desayunar. Salgo del aula y desciendo las escaleras.

La cafetería se ubica en la planta baja de la universidad, y como yo estaba en el piso tres, me toca descender unos cuantos escalones. Cuando llego pido mi comida junto con la bebida; pago por ello y me voy a una mesa solitaria a comer mientras reviso mi celular. Tengo dos mensajes, uno de Gabriel, mi novio que desprecia mi amiga, y otro de Paola.

Decido responder a Paola primero.

Paola: Si sigues sin desayunar te va a dar un desmayo en la universidad y yo no estoy ni cerca para salir a tu ayuda.

Le respondo.

Camila: Solo han sido un par de veces. No volverá a pasar.

Paola: Cuando me llames diciendo que te dio un patatús, entonces te diré: sólo ha sido un par de veces. Perra. No hagas promesas que no cumplirás, no volverá a pasar mi culo.

Me río de su mensaje. Paola suele inventarse palabras, pero qué, extrañamente, combinan con lo que quieren decir.

Ahora reviso el mensaje de Gabriel.

Gabriel: Buenos días, amor. ¿Cómo estás? Te extraño y te amo. ¿Ya estás en la universidad?"

Gabriel. Es mi novio desde hace un año, aproximadamente. Nos conocimos aquí en la universidad, él estudia ingeniería. Tal vez no esté tan locamente enamorada de él, pero si le quiero y bastante, ha sido un buen novio en lo que llevamos. Le respondo con una sonrisa en mi cara.

Camila: Buenos días, cariño. Muy bien, ¿y tú cómo estás? Estoy ya en la univ. ¿A qué hora vienes? Te espero aquí. También te extraño y te amo.

De inmediato me llega su respuesta.

Gabriel: Te escribí hace rato, ¿estabas en clases? Estoy bien, princesa. Ya voy saliendo para allá. Debo de llegar dentro de unos veinte minutos o menos. Te buscaré al llegar.

Camila: Sí, estaba en clases. Llegué tarde, again. Ok, te espero aquí.

Miro la hora en mi celular y veo que son las nueve de la mañana. Dentro de quince minutos empieza mi otra clase. Cuando termino de comer, me levanto y subo otra vez hasta el aula de clases para sentarme en el mismo lugar que todos los días.

Mayormente me la paso sola, prefiero estar en mi mundo para pensar e imaginarme cosas. Pero, me gustaría ser más parte de todos, ser parte de la imagen no verla desde lejos. Desde acá puedo ver a casi todos mis compañeros. Los veo felices, riéndose e interactuando entre sí. Me gustaría verme tan feliz como ellos. O tener a alguien que me hiciera sentir tan feliz como ellos están. Paola es mi grandiosa amiga, pero en la universidad no tengo ese complemento que parece que todos tienen.

Me la paso dando vuelta entre grupos de amigos sin realmente ser parte de uno como tal.

Y si hablamos de novios, Gabriel es magnífico, pero falta esa chispa. Falta eso que siempre nombran en las historias. Y yo quiero eso. Quiero vivir un amor arrollador y tan feroz. No puedo creer que Paola tenga razón, ¿será verdad que no vivo lo mismo por Gabriel que por mi Chico Pelirrojo? Es claro que no tenemos la misma situación y no puedo... no debo comparar. Gabriel lo veo siempre, convivo con él, somos novios por dios. En cambio, con mi Chico Pelirrojo...

Cierro los ojos y niego con mi cabeza, intentando sacar esas ideas de mi cabeza. Olvídalo, olvídalo....Cuando los abro veo a Diego, un compañero de clases, sentado en el pupitre enfrente de mí, mientras me observa con preocupación.

— ¿Estás bien?—me pregunta, cauteloso.

Suspiro.

—Sí, sólo... Es un dolor de cabeza, y no se va—miento.

—Tengo pastillas para eso, ¿quieres una?

—Por favor—lo veo ponerse de pie e ir a su morral de clases, abrirlo y sacar una caja blanca de pastillas. Libera una y ésta cae en su palma de su mano. Guarda la caja y se acerca hacía mí.

Abro mi bolso y saco una botella de agua que siempre llevo conmigo. Cuando él se ubica dónde estaba antes es que me acerca su mano con la cápsula allí puesta. La tomo de su mano y la ingiero.

Tomo un poco de agua para ayudar a pasarla.

—Te veías... Triste, hace un rato. Por eso me acerque. Lo siento si eso te incómodo o algo parecido—susurra.— No era para nada mi intención.

—Sí... Es que no he estado durmiendo bien, y eso... Me frustra tanto—no es una mentira, por los sueños y su preocupación me tienen así. La preocupación de él, no la mía. El de mi chico de los sueños.

—Tu cuerpo pide descanso—dice.

—Sí—digo en un suspiro—. Alguien que lo entiende. Un descanso muy solicitado, siento que mi cuerpo va a caer y mi cabeza explotar.

Lo veo sonreír.

— ¿Puedo hacer algo para que te sientas mejor?—me pregunta.

—Depende de lo que sea— respondo.

—Tengo entradas para un concierto de música clásica, ¿te gustaría ir?

— ¡Por supuesto! ¿Qué interpretarán?—pregunto con rapidez. Él esboza una gran sonrisa.— Soy una gran fanática.

—5ta Sinfonía de P. Tchaikovsky. El concierto para violín de Brahms, con un solista espectacular. Y las bodas de fígaro de Mozart—me dice.

—Entonces será un concierto de nivel.

—Claro que sí. Mañana te puedo traer la entrada. Por obviedad hoy no la tengo, pero mañana puedo entregártela.

—Me encantaría, muchas gracias.

—No hay de qué. Así podrás descansar, aunque sean unas horas de lo que sea que te atormenta. Y esperemos que te relaje tanto que puedas sentirte mejor después de escuchar el concierto.

Sonrío.

—Muchas gracias, a lo mejor después de escuchar esas piezas pueda tomar un gran descanso—le digo.

— Pero, no entiendo. ¿Es que sufres de insomnio o algo así? ¿No puedes dormir en las noches? ¿Hay algún loco vecino que no deja dormir?

— No, pero, ¿no te ha sucedido que duermes y aun así sientes que no descansas?— le pregunto, él piensa un rato y me asiente—. Bueno, es eso. Duermo, pero mi mente sigue trabajando. Y eso hace que no descanse como debe de ser. Cuando me levanto me siento más cansada de lo que sentía al acostarme.

— Y por eso no descansas, ya veo. Ya verás que podrás descansar más.—me anima.

— Eso espero- sonrío.

Lo que sucede es que Gabriel no llegó veinte minutos después..., ni una hora después, ¡ni nunca! No me aviso de que llegó, pero vi a sus amigos y ellos me dijeron que sí vino a clases y que dijo que regresaba dentro de veinte minutos, (malditos veintes minutos) y no dijo para donde iba.

Es por esa razón que me encontraba bajando hasta el estacionamiento interno de la universidad mientras le enviaba otro mensaje para ver si esta vez se dignaba a contestarme:

Camila: ¿Dónde estás? Me estoy preocupando, Gabriel.

Camila: ¡Respondeeeeeeee! Sabes que me altera que no contestes.

Cuando llegué, me encontraba buscando su coche entre todos lo que estaban allí y, cuándo lo divisé, me encaminé hacia allá. Para ver si él estaba allí.

Lo bueno de todo es, qué efectivamente sí encontré a Gabriel en su coche. Pero no estaba solo.

No señor.

Estaba con una mujer...

Desnuda...

Encima de él, (ya deben imaginar cómo)

Sentados en el asiento del piloto....

Teniendo sexo....

En su coche....

Qué está en la universidad....

Dónde él estudia y dónde esa mujer trabaja....

Mientras yo los veo....

Qué precioso, ¿no? Estimulante visual. Qué asco.

Porque sí, ella es Lucía Dorantes, profesora de Gabriel. Ya entiendo por qué a él le encantaban sus clases, ¿cómo no le iban a gustar? Si son tan placenteras dinámicas. La espalda de ella está desnuda, y aunque trato, no puedo ver la cara de Gabriel. Así que supongo él está felizmente entre sus pechos desnudos. Y yo puedo verlos muy bien.

Los puedo, también, escuchar perfectamente, creo saber por qué: aparte de ser las únicas personas en el estacionamiento, el vidrio del carro está un poco abajo, supongo que estaban tan calientes que no han notado eso aún.

Sus gemidos y jadeos se escuchan muy bien desde donde estoy. Yo los puedo ver perfectamente, porque Gabriel nunca quiso utilizar vidrios polarizados.  Ahora me culpo por no insistir.

Veo la espalda de ella arquearse y la cabeza de él ahora está en su cuello. Besándola. Mientras sus manos la aprietan mucho más hacia él. Cómo si hiciera falta que estén más juntos.

Grabo un vídeo de pocos minutos, tomo muchas fotografías, cuándo decido esconderme entre dos autos. Pero, que me da la visión y audición perfecta de todo. Todavía.

—Dame más—gime ella. Mientras la veo subir y bajar con más rapidez.

—Sí..., eres..., ah..., mía—dice él entre jadeos. Él busca su boca y la besa. Con mucha fuerza. Veo que le hace un nudo con su pelo para después echarle la cabeza hacia atrás.

Ella grita con placer y él ataca otra vez sus senos. La fiesta de los gemidos y jadeos está en su pleno apogeo, señores.

Le envió un mensaje para comprobar cómo reaccionará él.

Camila: Te estoy buscando. ¿Dónde estás? Próxima parada: el estacionamiento.

Vi el momento de cuando le llegó el mensaje, lo leyó, lanzo el celular a un lado, y siguió con lo suyo. Dejándome de lado. Tengo una sola clara respuesta de lo que vi: no me quiso. No me quiere. O por lo menos no lo suficiente como para tener que montarme los cuernos.

Ella pega un grito, la veo subir y bajar con más rapidez. Como si eso fuera posible. Esto ya fue demasiado para mí. Empiezo a grabar otro vídeo, para tener mucha más prueba. Y sin querer grabé la mejor parte de todo.

—A qué esa chiquilla no te lo da cómo yo—le espeta ella. Sin dejar de moverse.

—Nunca. Tú eres mejor... Siempre fuiste mejor....

Esto ya fue. Corto el vídeo y tomo una gran bocanada de aire.

Le envío los dos vídeos y fotos tomadas al w******p de sus amigos y al de Paola. Con un simple mensaje: Que se vaya a la m****a. Yo no pienso seguir hundiéndome en ella.

Con un corazón roto por la traición y lágrimas en los ojos; me voy de allí. Con una desilusión muy palpable. Una decepción hacia él. Hacia lo que creí que era él, a lo que creí que yo significaba. 

Escucho mi celular sonar, pero no lo reviso. Deben de ser lo amigos de Gabriel y, realmente no tengo ganas de hablar con ninguno de ellos. Ni con ellos ni con nadie. Y mucho menos con él.

Abro la puerta del apartamento media hora después. Mi cara está rojiza, mis ojos arden y el dolor en el pecho no se va.

Entro con cuidado, cierro la puerta y cuando me doy la vuelta puedo ver que en la mesita que está en el centro de la sala, junto con los muebles, alguien puso dos cajas de pizza, una Coca-Cola de dos litros, dos vasos con hielo adentro, una gran torta de chocolate. Enfrente de mí esta Paola, llevando en sus brazos bolsas de dulces. La veo llevarlas hasta el mueble y depositarlas allí.

Las lágrimas hacen acto de presencia otra vez. Paola, al verme así, abre sus brazos, yo corro de inmediato a ellos.

Cuando me abraza fuertemente, no puedo evitar sollozar mucho. Lloro por la traición; lloro por haber sido una tonta. Lloro porque lo quería, y me duele mucho no haber sido suficiente para él. Yo lo estaba intentando. Quería ser suficiente para él.

Ella me deja llorar todo el tiempo, sin quejarse de que le estoy empapando la camisa con mis lágrimas.

—Es un cabrón, no sabe hacer nada. Es un vago de primera. Se cree la gran Coca-Cola del desierto.—dice, enumerando las razones por las cuales es mejor estar sin él.

Yo sigo sollozando.

—No sabe besar bien—prosigue—, veces era un poco tonto. Era como un chicle. Tenemos que alegrarnos, no teníamos que buscar unas tijeras y cortar ese malo chicle de ti.

Ese comentario me saca una risa seca. Pero una risa al fin de cuentas.

—Eso es, culote gordo. Hay que reír en esta vida. Vamos a pasar este despecho con comida, películas y música de Paquita La Del Barrio—me informa—. Ya que ella sí sabe cómo despotricar contra los hombres.

La abrazo muy fuerte para transmitirle mi gratitud. Y a pesar de que no hablo, ella sabe que quiero expresar.

— ¡Rata de dos pataaaaaaas! ¡Te estoy hablando a tiiiii! ¡Por qué un bicho rastrero, aun siendo el más maldito, comparado contigo, se queda muuy chiquitooooo!—canta Paola.

Y con eso sé, que a pesar de ahora me duele tengo que dejarlo estar en algún momento. Y cómo me dijo anteriormente, toda la tarde y parte de la noche, la pasamos muy despiertas, cantando y llorando, hasta quedarnos dormidas.

Muy dormidas.

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