45. Entre la piedra y el orgullo
TREINTA MINUTOS DESPUÉS
El Monasterio Altocúmulo emergió ante ellos en toda su imponente majestuosidad. Era tan descomunal que hacía que el Monasterio Niebla pareciera una casita de barro en comparación. Este se encontraba construido con piedra caliza blanca que resplandecía bajo el sol, y sus torres se elevaban hacia el cielo como dedos gigantescos que intentaban tocar las nubes.
Para alcanzar las enormes puertas principales, labradas con símbolos antiguos y protegidas por gárgolas de piedra vigilantes, debían ascender por una amplia escalinata que parecía no tener fin. El camino hacia dichas escaleras estaba flanqueado por árboles de un verde intenso que se mecían suavemente con la brisa, creando un túnel de sombras frescas.
El conjunto resultaba tan abrumador e intimidante que los niños se encogieron involuntariamente, y sus pequeños hombros se hundieron como si quisieran hacerse invisibles.
—No me gusta aquí, mami... —susurró Zacary, olvidando su anterior actitud de chico valiente.