Ahora eres mía
Ahora eres mía
Por: sara o
Capitulo 1

Mi nombre es Mia Jones, tengo 19 años y vivo en Italia con mi amiga Lucy. Aunque ambas somos estadounidenses, por cosas del destino terminamos aquí y ahora trabajamos en un restaurante muy reconocido en Italia.

- ¡Mia! - salto de mi cama como un resorte al escuchar los gritos de mi amiga. Cuando llego donde está, la veo sonriente.

- Hola, amiga - Lucy sonríe y juro que la quiero matar por el susto que me dio.

- Lucy, ¿cuál es tu m*****a manía de gritar como loca?

- Lo siento, Mia, pero te tengo un plan.

- A ver, ¿cuál será?

- Arréglate, nos vamos de rumba a una discoteca muy buena que me recomendaron.

- Lucy, no quiero ir, mis ánimos están en el piso - ella hace un puchero y se acerca.

- Vamos, Mia, te lo suplico, no quiero ir sola, porfis - me causa risa verla rogando, así que me río.

- Está bien, pero solo un rato - Lucy grita emocionada.

- Amiga, ¿ya estás lista? - pregunta Lucy.

- Sí, Lucy - salgo del cuarto y veo a Lucy con un vestido bastante revelador.

- Vaya, tú sí que vas por todo - digo con una sonrisa pícara.

- Tú sabes, Mia - ambas nos reímos y salimos de la casa.

El lugar está para reventar. Lucy y yo estamos tomando vodka mientras bailamos en la pista hasta que siento a alguien pegarse a mí.

- Hola, hermosa - volteo y veo a un hombre alto de pelo castaño.

- Hola - digo algo dudosa.

- ¿Cómo te llamas? - mejor le digo otro nombre.

- Mariana.

- Mucho gusto, Mariana, mi nombre es Mario - me da un beso en la mejilla y veo a mi amiga hablando también con un hombre.

Después de varias copas más, ya me encuentro algo borracha, pero la estoy pasando de maravilla con Lucy, Mario y el amigo de Mario que se llama Daniel.

- Bien, la fiesta terminó - Mario saca de su pantalón un arma y suelta un disparo al aire, haciendo que todo se vuelva un caos. Varios hombres entran y comienzan a tomar a las mujeres. Escucho gritar a mi amiga.

- ¡¡Ayuda, Mia!! - Daniel se la lleva en su hombro, así que corro hacia donde está, pero soy detenida por unos brazos.

- Quita, preciosa - era Mario.

- Suéltame, imbécil - me muevo, pero es inútil hasta que él coloca un pañuelo en mi nariz y poco a poco me quedo dormida.

Despierto por un fuerte dolor de cabeza, abro mis ojos y veo que estoy en un cuarto oscuro, atada con una cadena en el pie.

- No, no ¡ayuda! - grito y grito; sin embargo, nadie me escucha. Después de una hora, un hombre alto entra.

- Párate, báñate y colócate esto - me entrega una lencería que no tapa nada.

- Solo sal con eso, el jefe quiere ver la mercancía - ¿mercancía? Por dios, ¿en dónde estoy metida?

Me doy una ducha y salgo mirando con horror la lencería.

El hombre vuelve a entrar y con su mirada recorre mi cuerpo casi desnudo.

- Mejor vamos antes de que te folle como la puta que eres - toma con fuerza mi brazo y me lleva a una habitación donde hay varias mujeres con ropa interior, todas asustadas.

Dios, ¿en dónde me metí?

Paolo Lombardi

Estoy sentado en mi despacho esperando la nueva mercancía. Me dijeron que me darían buen dinero por esas mujeres, así que les pedí a mis hombres que consiguieran las mejores que encontraran.

- Señor, ya llegó la mercancía.

- Diles que se arreglen y que las lleven al cuarto de selección - asentí y salí.

En ese momento entró Elena, una prostituta con la que me acuesto de vez en cuando.

- Hola, ¿necesitas mis servicios? - En realidad, sí la necesitaba; estaba estresado.

- Quítate la ropa y ponte a cuatro...

Salí, me puse mi chaleco y bajé a la habitación de revisión. Como siempre, escuchaba sollozos de mujeres. No saben cuánto odio eso.

- Pónganlas en fila - ordené.

Las arreglaron de inmediato. Comencé a caminar y a revisarlas una por una. Mis hombres tienen buen gusto, todas son voluptuosas con buen trasero y pechos, pero todas son lloronas.

Seguí caminando, pero al llegar a una mujer me quedé parado frente a ella al ver que no lloraba ni hacía nada. Lo peor es que era capaz de mirarme a los ojos. Observé su rostro; era muy hermosa, parecía un ángel. Sus ojos color cielo me hipnotizaron y al recorrer su cuerpo vi que era maravilloso.

Me alejé de ella y me acerqué a Daniel.

- Ella se queda - le señalé a la chica, dejando a Daniel en shock.

- Pero señor... - lo interrumpí.

- Es una orden. Que nadie la toque. Ahora es mía...

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