Anne sentía que se rendía, que el calor de Felipe estaba quemándola, empujó su pecho y él miró sus ojos, había un gesto de derrota.
—Está bien, me iré, solo dame un segundo, quiero estar a tu lado, solo un segundo —suplicó, ella no se atrevió a echarlo de su lado, de nuevo.
Se recostó a su lado y la abrazó a su pecho, Anne se quedó tan quieta, no pudo moverse, escuchó con claridad los latidos de su corazón, eran tan retumbantes como una dulce melodía, se quedó ahí, y sintió un poco de paz, en medio de todo su caos.
No supo cuánto tiempo pasó con exactitud, cerró los ojos, y los abrió cuando escuchó ese llanto, un bebé que lloraba y gritaba por mamá y papá.
Se levantó como un resorte. Felipe también intentó levantarse, pero ella lo impidió.
—¡Es Matías!
—Yo iré, espera aquí, que no te vea así —dijo Anne.
Se puso los zapatos y salió tan rápido como pudo, escuchaba los berridos del pequeño, cuando llegó a la habitación y encendió la luz, lo vio parado en su cama, llorando, ella lo