Lucía iba adelante, con Daniel un paso atrás. Comparado con su nerviosismo de anoche, ella parecía haber recuperado la compostura.
Daniel trajo el auto y Lucía se sentó en el asiento del copiloto. En el camino, pasaron por un supermercado de frutas.
Lucía habló de repente:
—¿Podemos parar un momento? Solo serán dos minutos, quiero comprar algo de fruta.
—¿Fruta?
—Sí, para la profesora.
Daniel, con las manos en el volante, preguntó confundido:
—¿Es necesario molestarse tanto?
Lucía lo miró curiosa. De repente le pareció gracioso:
—¿Siempre vas con las manos vacías cuando visitas a alguien?
Daniel asintió honestamente. Lucía levantó el pulgar en silencio: Increíble. Quizás así son todos los genios... ¿despreocupados por los detalles? Aunque pensó esto, el hombre de todos modos se detuvo a un lado.
...
Ana vivía en una calle arbolada no lejos de la Universidad Borealis.
Una hilera de casas de estilo combinado moderno y clásico, independientes, simples pero con carácter. Pasando un bosq