— ¿En serio? ¡No me digas! Si no estudia ni trabaja, ¿entonces qué hace?
— Pues seguro es la amante de algún ricachón. Se acuesta, abre las piernas y le llueve el dinero. ¿Para qué molestarse en buscar trabajo?
— ¡Oye, no digas esas cosas! ¡Estás manchando la reputación de la muchacha!
— Bah, si la hija de don Sergio tuviera un trabajo decente, ¿por qué no ha vuelto en años? Seguro le da vergüenza y no la deja regresar. En este pueblo chico, los chismes vuelan. Don Sergio debe estar tapándolo todo. Si no, ¿cómo podría seguir dando el ejemplo como maestro?
— Dios mío...
Por supuesto, Sergio no escuchó estos comentarios. Y quizás, aunque los hubiera oído, habría optado por el silencio. Porque para él, lo que su hija hacía no era muy diferente a ser la amante de un hombre adinerado.
...
Lucía bajó del tren de alta velocidad y se ajustó el abrigo de plumas. Aunque Puerto Esmeralda estaba más al sur que Puerto Celeste, el frío aún calaba en esta época del año.
Sentada en el taxi, observaba