**KLAUS**
Fue un beso desesperado, profundo, intenso, salvaje. Un beso sin permiso ni miedo, un grito de «te encontré». Ella respondió igual, las lágrimas mezclándose en el beso, su cuerpo temblando contra el mío, sus manos aferradas a mi espalda. No había palabras, ni falta que hacían. Solo éramos nosotros, después de todo, después de tanto. Y supe, con certeza absoluta, que a quien osara separarnos de nuevo… no lo perdonaría.
El aire se volvió denso, cargado de electricidad y deseo contenido. Cada roce de sus labios, cada gemido contenido, cada lágrima que resbalaba por su mejilla era una declaración muda, una súplica, una confesión. Nos habíamos buscado a tientas en la oscuridad, nos habíamos perdido en el silencio impuesto por otros, pero ahora —aquí, en este instante— nos volvíamos a encontrar.
Ese beso no era solo un reencuentro. Era una promesa. Un grito silenciado. Un juramento sellado con saliva, temblores y piel erizada. Nos pertenecíamos. Y nada, ni siquiera todo lo que nos