La prueba cayó en el fondo del cesto de basura con un sonido seco, casi desapercibido. Valeska se miró al espejo una última vez antes de salir del baño. Su rostro seguía pálido, y aunque el resultado fue negativo, la sensación extraña no se iba. No había felicidad, pero tampoco tristeza. Solo ese alivio incómodo, como si una parte de ella se aferrara a una certeza que no podía comprobar aún.
—Solo cansancio —se murmuró al espejo, alisando con los dedos las comisuras de sus labios. Un intento de sonrisa que no cuajó del todo.
Unas semanas pasaron, en la sala, Adrián jugaba con un tren de madera que Goran le había regalado en su último viaje. Las ruedas crujían sobre el tapete como una melodía insistente. Valeska lo observó desde el marco de la puerta, cruzada de brazos, como si con solo mirar pudiera absorber un poco de la vitalidad de su pequeño. Se acercó, lo alzó y lo besó en la frente con fuerza. Adrián soltó una carcajada, y por un segundo, todo lo demás se desvaneció.
Un par de g