Leonel soltó una risa y negó con la cabeza.
—Solo vine a verte. Felicidades por la victoria.
Sacó de detrás de su espalda un ramo de margaritas. Las margaritas eran símbolo de inocencia, esperanza, pureza y sentimientos nunca dichos.
Reese se detuvo, sus ojos se posaron en los suaves pétalos blancos antes de finalmente extender la mano y tomarlas.
¿Era esto una oportunidad o el destino jugando con ella? El significado de esas flores le golpeaba demasiado cerca. Sus sentimientos por Blake estaban ocultos, igual que los de Leonel por ella. Y las margaritas siempre habían sido sus favoritas.
—Gracias por las flores. Amo las margaritas —murmuró en voz baja, una sonrisa real rompiendo la pesadez que sentía—. Pero tengo que irme. Si necesitas hablar, pasa por la oficina otro día.
El alivio cruzó el rostro de Leonel.
—Me alegra que te gusten. Tenía miedo de escoger las equivocadas.
Pero la preocupación regresó enseguida.
—Es tarde, Reese. No deberías salir sola, especialmente siendo tan cono