Después de salir del hospital, volví a casa para recoger mis cosas.
Después de cinco años con William, nuestra casa estaba llena de recuerdos compartidos de los dos.
Pero, decidida a alejarme de él para siempre, me propuse borrar todo rastro de mi existencia en esa casa.
Las zapatillas a juego, los cepillos de dientes para dos, los pijamas de pareja... Todo fue a parar a la basura.
Abrí un cajón y encontré un álbum de fotos escondido en el fondo.
Estaba lleno de fotos mías y de William, un registro de nuestros cinco años juntos.
Nuestra declaración de amor, su primer cumpleaños a mi lado, el primer regalo, el primer viaje...
En la tapa del álbum, había una frase escrita de su puño y letra:
«Amaré eternamente a mi única amada, Diana.»
De repente, me pareció todo tan ridículo...
Rasgando cada foto del álbum, lo hice trizas y lo arrojé entero al cesto de basura.
Cuando bajé con las bolsas de basura, me topé con William que volvía a casa.
Al verme cargada con tantas bolsas, me reprendió con preocupación:
—¿No te dije que tenías que descansar ahora que estás embarazada? No deberías hacer esos esfuerzos.
No dije nada. Dejé que William me arrebatara las bolsas de basura y las tirara él mismo al contenedor.
—¿Por qué pesan tanto? ¿Has estado limpiando la casa?
Asentí con la cabeza.
Al verme tan callada, William asumió que seguía enojada con él.
—No te enojes, mi amor. Le compré a tu mamá el café Blue Mountain que tanto le gusta. Vamos a visitarla juntos.
Miré la caja de regalo que me ofrecía, con una mezcla de incredulidad y confusión.
Antes de enfermarse, el café preferido de mi madre era el Blue Mountain.
Pero era un lujo que nuestra familia no podía permitirse con frecuencia.
Después de que William y yo triunfamos con nuestra empresa, siempre pensé que la vida mejoraría. Pero, en lugar de ascenderme en la empresa, me persuadió con halagos para que renunciara y me dedicara a ser ama de casa, prometiendo que él se encargaría de mantenernos.
Dos años antes, para el cumpleaños de mi madre, le sugerí que le regalara café Blue Mountain.
En ese momento, me reprochó con el ceño fruncido:
—¿Acaso no es todo café lo mismo? ¿Por qué tenemos que comprar uno tan caro? Me rompo el lomo trabajando para que los dos vivamos mejor, no para que te compres lujos innecesarios.
Tiempo después, vi en las redes sociales de Carolina que William le había regalado un exclusivo set de café Blue Mountain de edición limitada por su cumpleaños.
Pero para entonces, mi madre ya estaba muy enferma y no podía tomar café.
Murió sin poder probarlo una vez más.
Aparté el paquete que me ofrecía William.
—Ya no puede tomarlo.
Era demasiado tarde.
William se quedó unos segundos paralizado antes de reaccionar.
—Perdón, se me olvidó que su enfermedad no le permite tomar café.
Retiró el regalo con torpeza y me tomó de la mano.
—Entonces, ¿qué te parece si vamos al supermercado y le compramos otra cosa a tu mamá?
Estaba a punto de negarme cuando el teléfono de William sonó.
Al otro lado de la línea, escuché claramente la voz llorosa de Carolina.
—William, ¡hay una araña enorme en mi casa! ¡Tengo mucho miedo!
Una sombra de preocupación cruzó el rostro de William, y luego, como tantas otras veces, me dijo:
—Lo siento, Diana, tengo que ir a casa de Carolina. La próxima te acompaño a ver a tu mamá.
«La próxima, la próxima...»
Siempre decía lo mismo, pero esa próxima vez nunca llegaba.
Por suerte, ya no era la ingenua que lo esperaba pacientemente.
No le daría otra oportunidad.