Quince días después, la policía emitió una orden de arresto contra William Jones.
Se le acusaba de fraude comercial. Todas las pruebas provenían de su exesposa, Carolina Aston.
Pero William había huido por miedo a la justicia, convirtiéndose en prófugo. Su paradero era desconocido.
Hasta que me lo crucé un día, de camino a casa.
William estaba irreconocible. Demacrado, con los ojos hundidos y enrojecidos, el pelo y la barba enmarañados, como si llevara mucho tiempo sin cuidarse.
Retrocedí instintivamente, pero él se abalanzó sobre mí y me sujetó de la muñeca.
—Diana, por fin te encontré. Ven conmigo, por favor. Regresemos y hagamos la boda una vez más...
Me solté de su agarre y le solté una bofetada.
—Lo nuestro se terminó hace mucho tiempo, señor Jones.
Pero él seguía insistiendo, e incluso se arrodilló a mis pies.
—Te lo suplico, Diana. Ya terminé con Carolina. Te juro que nunca más te voy a dejar sola. Por favor, vuelve conmigo...
Quise alejarme, pero él se aferró con desesperación