—¿Estás segura de que puedes ir? —preguntó Mell indecisa examinándome con la mirada, atenta a cualquier gesto que le confirmara que estaba imposibilitada para ir a trabajar.
Me detuve frente a ella y fruncí el ceño. Solté una risita floja y la miré.
—Cariño, tengo diarrea, no un infarto de miocardio —repliqué divertida—. Es solo un mal estomacal, no me voy a morir por eso.
—No sé qué demonios es un miocardio —gruñó impaciente y sonreí levemente, ya sabía a qué venía tanto drama—, pero trabajas en una panadería.
—¿Y? —cuestioné de inmediato, para luego girarme y seguir aplicándome la máscara de pestaña.
—¿Cómo que y? —farfulló—. Es de mal gusto, es asqueroso y antihigiénico. Adem&