La vida de Bella Graze da un giro drástico y radical, para sorprenderla con una nueva vida, una personita crece en su vientre. El supuesto mejor día de su existencia marcará el inicio de una ruta inesperada, un camino pedregoso y lleno de espinas fijará en su horizonte una sola meta: salir adelante. Bella no solo deberá tomar las riendas de su vida, también deberá estar preparada porque una mala decisión puede marcarla para siempre. En medio de secretos, verdades y grandes enemigos, luchará por superar cada obstáculo, y, por encontrar su verdadero lugar en el mundo. ¿Podrá mostrarle al destino que la fuerza de una mujer aguerrida vale más que mil desafíos? ¿Qué tan arraigados están los prejuicios en nuestra sociedad? ¿Qué tan grande es el poder del amor? ¿Qué fuerza tiene la amistad? ¿Podrá contra el viento la acecha o se dejará arrastrar por la fuerte corriente? Una historia dramática, con toques de comedia; pero sobre todo; dulce y romántica; una historia que el destino puede escribir en la vida de cualquiera.
Leer más—Diez minutos más —supliqué con voz ronca y el corazón pendiendo de un hilo. Tenía un nudo en la garganta, sentía como un hormigueo recorría cada centímetro de mi piel y la angustia se apoderaba de mi cuerpo con cada segundo que transcurría.
Los presentes me observaban con gran expectativa y en algunos rostros notaba una pizca de comprensión. La expresión de mi rostro definitivamente no era la mejor ni la más cordial, mis músculos tensados, mis mejillas empapadas en lágrimas y mi mirada puesta en la entrada delataba mi espera por un milagro.
Ahí estaba yo, en el supuesto mejor día de mi vida, con el vestido más hermoso que pude haber elegido con la ayuda de mi mejor amiga: ceñido al cuerpo en la parte alta; en la baja una radiante caída esponjada que contrastaba con el encaje blanco; la cinta ataba mi cintura y moldeaba mi figura. Era realmente hermoso, desde el primer instante que lo vi, me enamoré y supe que sería el que usaría para unir mi vida a la de mi amado novio.
—Creo que debemos irnos —replicó mi mamá en un gruñido impaciente, interrumpiendo el silencio abrumador que empezaba a apoderarse de la estancia.
Me giré con rapidez. Mi mamá no podía estar insinuando terminar todo tan rápido.
—¡No! —grité alarmada y al mismo tiempo llamando la atención de los invitados. Los observé mientras negaba con la cabeza y con voz ahogada agregué—: Tal vez se le hizo tarde o no sé, seguro le salió un imprevisto.
Cerré los ojos tratando de buscar una excusa lo suficientemente válida para justificarlo, aunque dentro de mí sabía que James era un idiota, el más grande de todos.
—¿No te das cuenta el espectáculo que estamos haciendo? —susurró mi padre esbozando una leve sonrisa nerviosa de lado hacia el público para disimular.
—Pero... no puedo irme, papá. James no pudo haberme hecho esto —murmuré, casi a punto de llorar. En el fondo, algo dentro de mí decía que podía ser posible, pero me negaba a aceptarlo en su totalidad, no después de los cinco años a su lado—. Solo está retrasado. No puede dejarme aquí y...
—Cálmate, vamos a llamarlo una vez más —interrumpió Angie, mi hermana, con voz pausada y un inexpresivo semblante, porque, aunque James no fuese de su total agrado, sabía que yo lo amaba y estaba sufriendo en ese momento.
Tomó su celular y lo desbloqueó, un tierno gatito apareció en la pantalla, luego buscó entre los contactos hasta encontrar el de James. Llamó, pero no obtuvo respuesta. Suspiró y negó con la cabeza, luego llamó una vez más, una más, otra más y otra. Negó con la cabeza y me dedicó una mirada de compasión que entendí al instante.
Todo había acabado.
—Bella, creo que es mejor terminar con esto. No podemos seguir aquí parados con este espectáculo —sentenció mi mamá secando con un pañuelo blanco las lágrimas que ya empezaban a brotar de mis ojos.
Me limité al silencio, ese que duele. Pero en mi mente repetía una y otra vez. «Va a llegar, James va a llegar» haciéndole entender a mi cabeza que sí llegaría, que todo era una terrible confusión y que seguramente en unas horas estaría riéndome por pensar que todo había acabado.
Bajé mi vista y miré el ramo de flores que tenía en mis manos, sus colores eran mis favoritos, pero en este momento ni siquiera eso lograba alegrar mi vista y muchísimo menos mi corazón que en ese momento se encontraba resquebrajado como una copa de cristal.
Lágrimas rodaban por mis mejillas cayendo en mi pecho adornado con el collar que James me había regalado el día que anunció la compra de nuestro apartamento. Mi corazón empezaba impacientarse y mi angustia crecía al notar que mis seguridades se desvanecían.
Escuchaba murmullos y voces por todos lados, todos tenían la vista puesta en mí; querían ver mi reacción y al parecer, disfrutaban verme sufrir parada frente al altar sola y abandonada esperando por un hombre que alguna vez prometió compartir su vida conmigo.
Observé mi celular una vez más, ya mis manos sudadas eran testigo del tiempo que llevaba pendiente por si vibraba o si entraba una llamada, los números del reloj aparecieron en la pantalla y suspiré con dolor al notar que ya había transcurrido exactamente una hora. Una hora y ni un mensaje, ni una llamada. ¡Nada! No había rastro de James.
¿Dónde se había metido?
Se suponía que había quedado en llegar al hotel donde celebraríamos la boda. No lo veía desde hacía dos días, porque con todo el tema de la boda, el tiempo era lo que más se nos agotaba. Pero nos escribíamos por W******p y se suponía que todo estaba bien entre nosotros ¿o no?
Mis pies cansados pedían consideración, una hora de pie con esos zapatos altos ya me hacían sentir un hueco en mis talones, el peinado ya empezaba a molestarme, los cabellos sueltos me provocaban escozor y el vestido ya no me parecía tan hermoso; las pestañas falsas comenzaban a pesar y aquellas flores ya no eran las más bonitas.
Una vez más el abogado se acercó a nosotros con expresión cansina y a grandes zancadas, en su rostro podía notar su impaciencia.
—Disculpen, tengo un compromiso en media hora y debo irme cuanto antes —masculló con seriedad mirando su reloj—. Siento mucho todo esto, pero debo irme.
—Señor, a usted le pagan por esto ¿verdad? —gruñó Mell impaciente y es que la paciencia no era precisamente una de sus virtudes.
El señor de barba asintió y enarcó una ceja, estaba confundido y se notaba en aquella mirada desconcertada.
—¡Entonces quédese en su bendito lugar! ¡Al fin y al cabo le van a pagar! —exclamó mi amiga haciéndolo sobresaltar debido al tono de sus palabras.
Todos la miraron sorprendidos, incluso el mismo abogado, sin embargo, el señor asintió y cabizbajo, de seguro pensando improperios y malas palabras, regresó hasta su lugar sin dejar de observar con rabia a mi amiga.
Eché un vistazo a mi alrededor y la nostalgia arrancó un gemido de mi interior al ver todo lo que me rodeaba: la decoración era hermosa, mi amiga y mi hermana se habían dedicado en tiempo y alma a ella. Los ramos de flores rosadas con turquesa bailaban con el viento que entraba por las ventanas. Los centros de mesa tenían una preciosa "B y J" en el medio, decorado con lindas rosas rojas, de las cuales emanaba un dulce aroma. Las ventanas decoradas con seda de las que pendían flores naturales de diferentes colores, dando un toque silvestre.
Mis ojos no podían más, empezaron a derramar lágrimas, una tras otra. Todo había sido en vano, todo había acabado y lo que más me dolía eran esos cinco años de mi vida.
El abogado planchó su saco negro con las manos y se acercó con expresión molesta. Esta vez aclaró su voz para decir con su tono más grave:
—Debo irme —se dirigió a mi papá—. La boda que se supone que oficiaré empezó hace diez minutos y usted sabe cómo es el tráfico de esta ciudad, además, es la boda de un influyente hombre de negoc…
—Cinco minutos más —rogó mi mamá, mirándome de reojo, pero casi suplicando al abogado.
Estaba a punto de tomar una decisión que marcaría mi vida, el nudo que había en mi garganta se enredaba más a medida que pensaba en lo que iba a hacer, pero no había de otra. No había de otra.
—Sí, Pedro. Unos cinco mi... —suplicó esta vez mi padre.
—No —interrumpí con toda la seguridad que pude reunir en ese momento. Sequé mis lágrimas y aclaré mi voz tratando de tragarme mis miedos y mi dolor. Todos me miraron asombrados, me quité el recogido que llevaba en mi cabello y lo dejé suelto para aplacar un poco el dolor que carcomía mi cabeza—. Creo que ya es hora de irnos —agregué resignada, pero con fuerza, intentando ahogar el llanto que deseaba salir de lo más profundo de mis entrañas.
—Pero herma... —trató de decir Angie con su voz dulce, pero la silencié con una mirada que denotaba seguridad.
—¿Estás segura, Bella? —cuestionó mi mejor amiga observándome con detenimiento. A ella no podía mentirle, Mell era de las pocas personas que podían descifrarme con tan solo una mirada.
La miré por unos segundos y tuve ganas de abrazarla, de dejar escapar mi dolor y llorar. Pero mi corazón rugió de fuerza y asentí como si fuera la decisión menos difícil del mundo.
—Ya he esperado lo suficiente, creo que es evidente que no llegará—confirmé con voz temblorosa y terminé de secar mis lágrimas con las manos que también temblaban a causa del impacto que ese acontecimiento estaba teniendo en mi ser.
—¿Estás segura? —preguntó dudosa mi mamá acercándose y examinando mi repentina reacción, algo que ni yo misma me creía aún.
El silencio reinaba en aquel salón de hotel, estaba más que claro que James era un idiota, pero ya había llorado mucho frente a toda esa gente que alguna vez nos vio besándonos o jurándonos amor eterno, tenía que recoger las pocas partículas que aún quedaban de mi dignidad y largarme de ese lugar.
—Sí —repetí convencida.
Mis padres se miraron y luego de unos asentimientos y miradas de compasión y desconcierto, terminaron por suspirar en modo de resignación.
—Queridos invitados, lamentablemente la boda se cancela... —informó mi papá frente al público, pero no pude quedarme a escuchar todo su discurso de disculpas. Necesitaba salir de ese lugar lo más rápido posible o iba a romper en llanto frente a todos.
Así que caminé a paso rápido hacia la salida, escondiendo mi rostro para evitar miradas curiosas, iba agarrando mi pesado y esponjado vestido entre mis dedos temblorosos. Necesitaba aire pronto, más bien, necesitaba más que eso. Necesitaba olvidar esa pesadilla, necesitaba borrar ese dolor, necesitaba no haber amado a James, no haberlo conocido.
Escuché pasos acercarse, ese no era el mejor momento para tener compañía. Me giré y de la manera más amable interrumpí a mi mamá, mi hermana y mi amiga que se aproximaban con notable preocupación.
—Gracias, pero necesito estar sola —zanjé con voz firme—. En serio, espero lo entiendan. —Les dediqué una última sonrisa triste antes de girarme y seguir caminando.
Salí a paso rápido por la enorme puerta que se abrió en dos y de inmediato el aire fresco inundó mis fosas nasales y me hizo renovar aquel que recorría mis pulmones.
El sol estaba perfecto, el viento pegaba en mi rostro maquillado, las aves cantaban, las hojas danzaban en un vaivén dejándose llevar por la melodía del viento.
¡Hubiese sido el día perfecto!
Miré a mi alrededor y sin pensarlo me despojé del par de zapatos que me torturaban. Mis pies sintieron la humedad de la hierba y a paso lento caminé hasta el pequeño lago que estaba en la parte de atrás del hotel. Mi vestido se arrastraba y emitía un sonido al hacer fricción con el suelo húmedo y rociado.
Me dejé caer en una banca de madera justo frente al lago, tiré el ramo de flores al piso con toda la rabia que invadía mi cuerpo. Sin darme cuenta empecé a llorar. La impotencia y la decepción me estaban comiendo por dentro y mi corazón ya empezaba a desahogarse frente a aquel paisaje frente a mí.
El viento movía el agua del lago y los recuerdos mi corazón remontándome a aquel día, el que se suponía daría pie al mejor día de mi vida.
—Esta noche es muy especial —murmuró con voz dulce y luego depositó un beso en mi mejilla.
—¿James, ¿qué haces? —cuestioné perpleja al ver que se separaba de mí y sacaba una pequeña caja envuelta con un lazo rojo de su bolsillo.
No dijo nada más, pero se arrodilló frente a mí para luego abrir la pequeña caja y mostrarme un precioso anillo reluciente.
—Bella, ¿quieres ser mi esposa? —preguntó, acompañado de una sonrisa.
Había estado esperando ese momento hacía algún tiempo y era lo que anhelaba. No dudé en arrojarme a sus brazos. Lo amaba. Amaba a ese hombre que me abrazaba con ternura. Luego de unos segundos, me separé y mirándolo a los ojos asentí sonriendo.
—Te amo, James —murmuré antes de besarlo. Estaba muy emocionada, no había imaginado que en mi realidad el día que tanto había soñado, llegaría para cumplir mi sueño de la mano de James Carter, el hombre al que amaba.
—¿Te parece si nos casamos en seis meses? —cuestionó minutos después, mientras ambos admirábamos el anillo en mi dedo.
—Por supuesto, mi amor. ¡Mi madre se va a morir de la felicidad! —exclamé alegre y sonreí al imaginar su reacción cuando le dijera que su hija se casaría con el yerno que tanto quería.
Escuché la música sonar y volví al presente en un solo minuto. Ahora todo eran recuerdos.
Mi mente solo se sumergía en las posibilidades de regresar el tiempo y quedarme en esos recuerdos dulces y no sentir el dolor que me estaba matando poco a poco.
De fondo sonaba una canción en género salsa, de seguro los invitados estaban en el salón disfrutando de la fiesta de la boda que no se realizó. Mis padres habían invertido mucho en esa "fiesta" al igual que los de James. Pero al final todo había sido una farsa, una más de sus mentiras.
El sol empezaba a ocultarse entre las nubes y mi mente no podía dejar de pensar qué había hecho mal. ¿Por qué James no había llegado? ¿Cuál era la causa de su arrepentimiento?
Se suponía que todo estaba bien entre nosotros, incluso ya en nuestro apartamento estaban parte de las cosas que habíamos comprado, la luna de miel estaba pagada, la fiesta se había organizado hacía meses y teníamos un lugar donde vivir. Aun recordaba la alegría de aquel día cuando me invitó a comer y me anunció que ya había comprado un apartamento para los dos, que era nuestro hogar. ¿Entonces qué había pasado? ¿Cómo podía cambiar una persona de opinión en apenas dos días?
Y la pregunta más temible dentro de mí era ¿me había dejado de amar?
Sabía que estaba joven para casarme, pero mi corazón sentía que hacía lo correcto. Lo amaba y deseaba pasar mis días junto a él, despertar a su lado cada amanecer y recostarme en su pecho en las madrugadas, quería vivir mi propia historia de amor, pero junto a él y ahora, ahora estaba sola.
A cada pensamiento, una punzada en lo más profundo de mi corazón. James Carter era el amor de mi vida, el hombre que ponía mi mundo se cabeza, el que me ponía nerviosa con solo tenerlo cerca, al que le había regalado cinco años de mi vida, con quién ya tenía un futuro planeado, el que sería el padre de mis hijos, el pensamiento de mi futuro y mi presente, la mano que quería ver envejecida junto a la mía.
¿Por qué me estaba haciendo eso? ¿Por qué me hacía sufrir de esa forma tan dolorosa?
¿Dolía? Sí, de una manera inexplicable. Mi corazón estaba pasando una fuerte conmoción; mi alma también lo sabía y mi cuerpo empezaba a desfallecer agobiado por la tristeza de amar sin ser amada lo suficiente.
Asimilar que había perdido esta vez, me estaba costando tanto, porque no solo había perdido mis planes, mis deseos, mis anhelos, también había perdido cada día de los últimos cinco años de mi vida, amando a quien tal vez nunca lo mereció.
Había sido un doloroso capítulo de mi vida. ¿Qué más podía empeorarlo?
Tú, sí tú, belleza. Que en esta aventura has reído, llorado, odiado, amado, te has enamorado y te has desilusionado, que has gritado y quizá suspirado. Sí, a ti, guapura.Que odiaste a James desde el primer capítulo (y sigues odiándolo), que amaste a Mell con sus locuras y tonterías, que amaste y te enamoraste de Alex con su romanticismo, dulzura y ternura, que odiaste a Bella por amar y confiar en James y luego la amaste y admiraste por su perseverancia y sus ganas de seguir adelante. Sí, a ti, dulzura.Quiero agradecerte con mi alma entera el haber llegado hasta aquí, el haber leído cada letra y cada palabra que salían de mi corazón. El haber seguido esta historia de principio a fin. Por darme la oportunidad de regalarte momentos de felicidad y a veces de dolor. Por darle un espacio en tu corazón y regalarle de tu valioso tiempo, por hacer un espacio en tus historias y darle la oportunidad de quedarse. Gracias por ser parte imprescindi
Quince años atrás…Terminé de peinar mi muñeca y sonreí satisfecha. Había logrado por primera vez en mis ocho años, hacerle dos trenzas parejas y bien tejidas; me había costado mucho, pero al fin lo había logrado.Flexioné sus piernas de hule y la senté en un carrito, estaba lista para ir de compras, pero antes de que pudiera conducirla por la pista, un ruido proveniente de la puerta me hizo sobresaltar y de inmediato me asusté, llevaba varios días escuchando ruiditos similares y temía que fuese cierto las leyendas de mi tía sobre cosas sobrenaturales que rondaban nuestra granja.Mi corazón comenzó a latir de prisa y mi rostro adoptó un color pálido, mi reflejo a través del espejo no era nada grato y mis expectativas no eran alentadoras. No obstante, me
—¿En se...? —preguntó Mell, pero no me quedé a escucharla porque ya me había ido por la misma dirección en la que esa chica, en busca de una respuesta. —¡Andrea! —exclamé en un grito, llamando la atención de los demás comensales que obviamente era gente adinerada e importante. Ella siguió caminando a grandes zancadas hasta meterse a una puerta que decía "Baños para empleados. No pase, solo personal autorizado" Por lo menos estaba en español, de haber estado en francés ni hubiese entendido. Pero... ¿Qué rayos me importaba si decía baños o que no podía pasar? En inglés, francés, español, chino, vietnamita, africano o japonés, de igual manera no me importaba. Entré con un portazo y decidida a ser lo más mordaz posible caminé hasta uno de los baños. Intentó cerrar la puerta, pero la detuve empujándola y evitando que lo lograra. Al abrirse la puerta, la divisé refugiada en una esquina. —¡No me hagas nada! —vociferó implorando misericordia—. Te lo suplico,
Me miré en el espejo y sonreí de forma involuntaria. Me sentía bonita. Acomodé el gorro bohemio en mi cabeza y me di una rápida mirada de suficiencia, orgullosa de lo que veía en el cristal, mi rostro al fin no lucía tan cansado y las ojeras finalmente habían desaparecido, después de dos meses y medio de maternidad y de luchar contra las crisis de sueño de mi pequeño Alex, todo estaba volviendo a la normalidad. —Date prisa, princesa —exclamó Alex apresurado y su voz resonó en las paredes del baño porque me hablaba desde la habitación—. Te esperamos afuera. No tardes mucho, ya eres hermosa.—Ya voy, cariño —respondí y una sonrisa afloró en mis labios al escuchar sus palabras. Me apresuré a terminar de guardar los cosméticos en la maleta y de acomodar las últimas piezas de ropa de mi beb&ea
Mi vida como mamá era hermosa, pero también complicada. Se me hacía difícil organizarme para llevar todo bien, pero sabía que sólo sería cuestión de acostumbrarme a mi nueva vida, para volver a organizar todo como antes. El último mes y medio había estado cargado de nuevas experiencias, de nuevas vivencias y sobre todo, de muchas emociones y sensaciones.Suspiré al ver a mi bebé dormido y sonreí con ternura porque tan solo unas horas atrás, habíamos ido a su segunda cita de control de crecimiento y desarrollo y el pediatra nos había felicitado por tener un bebé sano y fuerte y me sentía sumamente feliz y agradecida que así fuera, además, ya había empezado a acostumbrarse poco a poco a las rutinas de baño, comida, descanso y recreación.Me senté en la sala con un libro entre las manos, quería relaj
—¿’On ‘ta bebé? —preguntó Alex al mismo tiempo que tapaba su rostro con ambas manos.Mi pequeño bebé lo miraba fijamente y sonreí al ver como sus labios se curvaban cuando el rostro de su papá salía del escondite. Una y otra vez repetían el juego y yo amaba ver como sus ojitos bailaban al compás de los movimientos que Alex hacía y era feliz al ver como brillaban cuando él sonreía. No había dudas de que Alex y él estaban hechos el uno para el otro.Estábamos los tres acostados en la cama, disfrutando el calor y la brisa marina, habíamos dejado entreabierta la ventana y nos acompañaba el sonido de las olas. Era la mañana soleada de un sábado. Y a pesar de tener una cuna a su disposición, nuestro hijo prefería la cama y el regazo de sus padres.—Amo despertar así —murmur&
Último capítulo