Sinceramente, aunque ella hubiera querido ir a gritarle un poco más, él habría aceptado. Le habría servido algo de comer. Cualquier cosa con tal de verla. Aunque le doliera. Ya estaba sufriendo más de lo que jamás hubiera imaginado.
—Javier, necesito hablar contigo, ¿sí? No puedo decírtelo por teléfono.
Su corazón volvió a latir a toda velocidad, como si no supiera a qué velocidad debía ir. ¿Había decidido perdonarlo? ¿De verdad podía tener tanta suerte? ¿Y cuánto duraría? Había un hecho indiscutible: en algún lugar del mundo, un tiburón enorme rondaba BenTel, y Javier había echado la sangre al agua. Si perdía el trabajo de sus sueños por su culpa, no habría vuelta atrás.
—Sí. Claro. Iré a verte. ¿Estás en la oficina?
—En casa.
Frunció el ceño. Lucía nunca faltaba al trabajo. Nunca. ¿Había dejado su trabajo? ¿Otra gran pelea con Alejandro? Ninguna de las dos cosas tenía sentido. Ella había dejado claro que esto era entre ellos. Quizás de verdad estaba lista para reconciliarse. Quizás s